Basta echar un vistazo a la prensa para saber que la precampaña electoral está marcada por dos acontecimientos que sucederán los próximos días: la sentencia contra los cabecillas de ‘procés’ y la exhumación de los restos de Franco.
La sentencia se espera con preocupación por la reacción de la tribu de los independentistas, con los Comités de Defensa de la República convertidos en infantería de choque. Puede el Gobierno de Quim Torra lanzar desde las instituciones una iniciativa rupturista, como hicieron en el otoño de 2017. Policía y Guardia Civil han visto reforzados sus efectivos y se ha vuelto a hablar de la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Los líderes políticos, candidatos a presidir el Gobierno, se muestran precavidos, sabedores de que la sentencia puede desencadenar un movimiento de réplicas que tenga influencia en las urnas.
La exhumación de los restos de Franco es otra cosa. Se trata de una iniciativa que el Gobierno de Pedro Sánchez quiere capitalizar electoralmente, presentándola como una conquista democrática.
Hace quince o veinte años, el cadáver de Franco no estaba en las conversaciones y en las preocupaciones de los españoles. Una losa que pesa tonelada y media lo había tapado en el Valle de Cuelgamuros. Nadie esperaba que se levantara.
La Constitución, las leyes democráticas, la sucesión de elecciones y el cambio en la sociedad civil habían dejado al franquismo convertido en una etapa de nuestro pasado, sin influencia en el presente.
Hoy día, ningún dirigente de la derecha lo reivindica. Por más que le han preguntado, Santiago Abascal no reivindica su figura, a diferencia de lo que hacía Blas Piñar en los años setenta y ochenta del pasado siglo.
Reconciliación
El Partido Comunista (Santiago Carrillo) lanzó la política de reconciliación nacional en la etapa más dura del franquismo, en plenos años cincuenta. Llamaba a un amplio acuerdo democrático con independencia del papel que hubieran jugado unos y otros en la Guerra Civil.
Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia abrazó la propuesta de la reconciliación nacional. Figuras como el cardenal Tarancón, el arzobispo Díaz Merchán o el obispo Alberto Iniesta fueron claves para el cambio desde el nacionalcatolicismo a la reconciliación de los españoles.
Un año antes de morir Franco se formó el primer organismo de oposición –Junta Democrática– con presencia del Partido Comunista y de personalidades que estuvieron en el otro bando durante la contienda, como Rafael Calvo Serer.
Cuando muere Franco, la reconciliación nacional es un clamor entre españoles de izquierda y derecha. Todo el mundo quiere pasar página.
Así como desde una perspectiva económica, el Plan de Estabilización (1959) o los Pactos de la Moncloa (1977) fueron las medidas más acertadas de los últimos sesenta años, la reconciliación nacional fue la política de mayor alcance en todo ese largo periodo. La Constitución es hija de esa política.
Memoria histórica
La ley de Memoria Histórica (2007) de Zapatero abordaba cuestiones inobjetables como el reconocimiento de todas las víctimas de la guerra civil o medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia. Ahora bien, desde el principio hubo una división entre quienes se mantenían en esa línea y los que querían hacer una revisión del pasado en toda regla.
Esta última tendencia se fue abriendo paso y hoy la reconciliación nacional naufraga; como consecuencia de ello aumenta el antagonismo entre izquierda y derecha. El centro no pasa de ser una entelequia.
En esa tendencia se inscribe la iniciativa para exhumar los restos de Franco. El Gobierno lo plantea como una victoria democrática y, en realidad, no pasa de ser el conjuro de un fantasma. En 1975 podría ser discutible dónde se enterraba al dictador, pero 44 años después es una postura extravagante.
Cuando hablan de los restos de Franco parece que no saben lo que son esos restos. No existe victoria democrática sobre el polvo. La imagen exterior de España no merece quedar dañada con esta exhumación de corte medieval, impropia de un país avanzado.
Es falso, no somos tan bárbaros, tan intolerantes, tan atrasados, hasta el punto de cargar contra molinos de viento.
¿Merece la pena intentar apañar votos con ese traslado en helicóptero? ¿No parece más una imagen capturada de una película de Almodóvar que el resultado de una política de Estado?
Límites
¿Cuáles son los límites del revisionismo? ¿Acaso todo el Valle de los Caídos no es una rotunda pirámide franquista que contrasta con la España del siglo XXI?
Me he decidido a escribir este artículo al ver esta semana una entrevista de Pedro Sánchez en televisión que concluyó con estas palabras: «España cambia, cierra el ciclo de la transición cuando los restos del dictador no descansen con los restos de las víctimas».
Resulta que nuestro presidente considera que seguimos viviendo en una eterna transición que solo dará paso a una democracia plena cuando se cambie de sitio un despojo.
Recomiendo al presidente y ministros en funciones que lean el famoso discurso de Azaña del 18 julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona, que termina con las palabras de «paz, piedad, perdón». Sentirán que el rubor les cubre el rostro.