Termina el mes de octubre y con él la precampaña electoral. Esta noche, con la pegada de carteles, comienza la campaña propiamente dicha en la que ya se puede pedir explícitamente el voto para los partidos. Las cosas han evolucionado y, hoy día, la precampaña y la campaña forman un todo continuo. La pegada de carteles es un acto simbólico al caer en desuso la práctica de aprovechar paredes, tapias y muros para estampar los rostros de los candidatos, quedando la propaganda recluida en vallas publicitarias y farolas. El abnegado trabajo militante lo hacen ahora las empresas. Los mítines sólo sirven para medir la capacidad de convocatoria de las formaciones y sus respectivos líderes; el escaso pescado que queda por vender se ventila en los debates televisados.
La precampaña se basó en argumentos impropios, como la inhumación de restos y las hogueras de Barcelona. Sánchez ganó de largo las elecciones de abril con el argumento de que había que frenar a la extrema derecha y tomó ventaja en la precampaña resucitando a Franco. Si no es por Vox y por el generalísimo, el presidente en funciones se hubiera quedado sin argumentario. La revuelta del independentismo no ha tenido una respuesta del Estado a la altura de la amenaza que representa. Las últimas noticias hablan de una acampada que han montado en el centro de Barcelona en protesta por los sediciosos encarcelados; también se sabe que la Generalitat va a sancionar a los Mossos por defenderse de los cafres. Mientras suceden estos hechos, la respuesta de los que mandan es desempolvar la plurinacionalidad del Estado. Vuelve un asunto escolástico: ¿cuántas naciones lleva en su vientre la nación española?
Los signos de desaceleración económica se multiplican pero nadie se da por aludido. Toca comprometer gasto y recuperar supuestos derechos abolidos, sin aclarar cómo se financian. El pago de las pensiones, la reducción de la deuda pública, la minoración del déficit público, la dinamización del mercado de trabajo no son temas de campaña. Aquí y ahora lo que vende son promesas jugosas para amplios colectivos, bien sea la subida de las pensiones a los jubilados o el aumento del salario mínimo para los trabajadores de baja cualificación. Ahora bien, lo más efectivo es encontrar un motivo para descalificar a los rivales. Sorprende que con la excepción de Más País, ningún otro partido hable de cómo se puede acabar con el bloqueo institucional. Espero que en la campaña digan algo concreto.