Terminó una campaña electoral corta, anodina y sin argumentos. Se notó que no tocaba, que la repetición electoral es un lujo que se permitieron cuatro políticos a costa del erario público y la paciencia de treinta y seis millones de electores. Lo de volver a votar irritó a los peatones como si el camino hasta las urnas y vuelta hasta casa supusiera un esfuerzo tremendo. El 28 de abril a la noche, cuando la peña socialista gritaba «con Ciudadanos, no» debajo del balcón de Pedro Sánchez, nadie podía imaginar que el ganador de los comicios solo recibiría el apoyo de un escaño en la sesión de investidura, entre los 227 que tenía la oposición. Si con esos mismos diputados el Gobierno de Rajoy logró que le aprobaran dos presupuestos, con el apoyo de varios grupos, es que algo hizo mal el ganador de los comicios para recibir tamaña muestra de hostilidad.
La oposición no está libre de culpas, porque la mayoría de los partidos se inhibieron, como si la investidura no fuera con ellos, y dentro del campo de la izquierda, Unidas Podemos no supo captar la fragilidad del escenario sobre el que se desarrollaba la negociación. El resultado final es que vamos a volver a votar como si hubiera habido un error invalidante en el escrutinio del 28 de abril. En la breve campaña no hubo argumentos porque ya se habían expuesto en primavera. Nadie tuvo la imaginación suficiente para idear nuevas propuestas. Hasta hace unos años, las campañas de las generales se llenaban de promesas por el amplio territorio de las comunidades autónomas, pero ahora se reproduce el mismo discurso a lo largo y ancho del mapa.
Recuerdo las elecciones generales del año 2000, en que Álvarez Cascos, a la sazón vicepresidente del Gobierno, desniveló la contienda con el anuncio del metrotrén. Estaban en juego nueve escaños y cinco fueron para el PP (tres para el PSOE y uno para IU). Más o menos como ahora, ¿verdad? Los candidatos asturianos tienen un papel pasivo, como ocurre con los aragoneses, andaluces, gallegos o valencianos, porque en vez de ser los representantes de la región en Madrid, son los delegados de las direcciones nacionales de los partidos en Asturias. Puede sonar fuerte, pero es así. Está mucho más descentralizado el poder institucional que el partidario. Para ser barón autonómico hay que presidir el gobierno regional, porque la jefatura del partido no basta. Dados los antecedentes, que nadie descarte una tercera ronda en abril. Habrá que elegir un relator para las negociaciones.