La votación sobre la investidura de Pedro Sánchez arrojó un resultado muy ajustado, con 166 diputados a favor y 165 en contra, junto a las abstenciones de ERC (13) y Bildu (5). Al no obtener la mayoría absoluta el candidato no ha logrado su objetivo. Con esas mismas cifras, mañana, saldrá elegido presidente porque basta con que haya más síes que noes. Todo entraba en las previsiones. La verdadera noticia de la investidura, en su sesión dominical, estuvo en la broca que se montó durante la intervención de la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua. La tensión que había en la Cámara desde el inicio del debate, cuando Pedro Sánchez salió a hablar y los diputados del PSOE y Unidas Podemos se pusieron en pie y le dedicaron una larga ovación sin que hubiera pronunciado ni una palabra, estalló durante la intervención de Aizpurua. Si la diputada abertzale hubiera pronunciado las mismas palabras hace un año su discurso habría pasado desapercibido, pero el contexto lo es todo.
Por primera vez los nacionalistas radicales tienen un papel decisivo en la mayoría parlamentaria heterogénea que ha negociado Pedro Sánchez para lograr la investidura. En la víspera lo dijo Gabriel Rufián, «sin mesa no hay legislatura». O el Gobierno de España se sienta a negociar con los independentistas o el mandato descarrila. Las maneras altaneras de Rufián molestan pero se soportan. A fin de cuentas no pasa de ser un adolescente de 37 años con el ego inflado. Lo peor es ver al presidente pendiente de la abstención de Bildu. Que un grupo con inequívocas relaciones con el mundo etarra (hace 35 años, Aizpurua fue condenada a un año de cárcel por prestar «apoyo al terrorismo») juegue un papel clave para que Sánchez sea presidente es algo que nunca estuvo en la hoja de ruta de los partidos constitucionalistas. Una absoluta novedad.
Es una imagen plásticamente dura ver a Pedro Sánchez replicando a la portavoz de Bildu, con la mirada caída y la voz baja, sin hacer ninguna mención a los ataques que dirigió al Rey y a la justicia. El griterío que organizaron los tres grupos del centro-derecha fue de época; el incidente terminó con una hábil intervención de Casado criticando el proceder del candidato que este recibió con unas caras de desagrado desconocidas. Lo grave no está en lo que pasó sino en lo está por venir. Se dan las circunstancias precisas para que se degrade la actividad parlamentaria. En esas condiciones, un gobierno de 166 contra una oposición de 165 no será una solución.