En el tiempo que va de mandato los problemas se han agudizado. El mercado de trabajo ha empeorado, como ocurre a escala nacional, y los últimos datos del desempleo son el mejor ejemplo. La cuestión de las infraestructuras pendientes está empantanada, con el servicio de los trenes de cercanías de la antigua Feve hecho una calamidad, y la variante de Pajares tan a punto de rematar como siempre; está tan acabada que nadie se atreve a dar una fecha, aunque sea orientativa, sobre cuando transitará el primer convoy con viajeros por ella. La ZALIA sigue sin subestación eléctrica, que es sinónimo de vivir a oscuras. El sector industrial está en ascuas, atrapado entre los avatares del mercado y los obstáculos que le ponen la ministra de la Transición Ecológica y la Comisión Europea. En la sanidad, las listas de espera son más largas que nunca. Los vuelos internacionales van todos al mismo aeropuerto. No hace falta seguir nombrando problemas, basta con estos pocos ejemplos para darse cuenta de que estamos lejos de verlos solucionados. Soy consciente de que en la relación de asuntos mezclo cuestiones que están bajo la competencia del Estado y otros que atañen al Principado, pero cuando la gente discute en la calle sobre cómo está la región, nunca divide los males por administraciones.

La variedad y gravedad de los problemas no dañan al Gobierno regional que goza de la misma salud que al empezar el mandato. Superado el examen anual de los presupuestos, no hay nubes en el horizonte. El presidente del Principado hace frecuentes declaraciones, algunas con un sesgo autocrítico, como cuando dijo la pasada semana que «en conexiones aéreas internacionales estamos muy mal». Ningún consejero concentra las iras de la opinión pública; no hay el más leve atisbo de división en el Gobierno o en el partido: el sector crítico se fue de vacaciones.