La primera reunión bilateral entre gobiernos –España, Generalitat– fue precedida de la liturgia del ‘reencuentro’, dos instituciones que vivieron una etapa de enfrentamiento tratando de volver a un pasado de armonía que solo está en la cabeza de los que diseñaron el protocolo de la reunión. Quince participantes (ocho por parte independentista, siete por la socialista) paseando por los jardines de la Moncloa en forma de parejas, que es el único sistema de comunicación que da licencia para las confidencias sin límite: Sánchez-Torra, CalvoAragonés, Illa-Rius, ÁbalosJové, Montero-Villalta, etcétera. Faltaba Pablo Iglesias, que excusó su asistencia por una inoportuna amigdalitis. Mucho le tiene que doler la garganta al líder de Podemos para perderse la foto del reencuentro. Imagino que Torra lo habrá sentido porque es un sincero aliado. Si vuelve a surgir la discrepancia sobre la necesidad de dotar a la negociación de un relator, creo que ambas partes deberían confiar la tarea al vicepresidente segundo del Gobierno de España. Nadie más idóneo para levantar acta.
Tras tres horas de reunión se supo que las partes se han puesto de acuerdo en verse una vez al mes alternando de sede, primero en Madrid, la siguiente en Barcelona y así sucesivamente. Torra definió la sesión como «mesa cero», y que en las próximas citas se profundizaría en la materia. Pese a tener un carácter preliminar, el presidente reconoció que hubo un diálogo abierto en el que se constató la distancia que hay entre las partes al hablar de la naturaleza del conflicto y de las posibles soluciones. Al parecer, Pedro Sánchez propuso discutir sobre temas sectoriales, pero Torra desvió esa mercancía para la comisión bilateral, Estado-Generalitat, que piensa convocar inmediatamente. La citada comisión está prevista en el Estatuto de Autonomía.
Las dos delegaciones convinieron que cualquier acuerdo al que se llegue será «en el marco de la seguridad jurídica». En principio, esa cautela favorece los intereses del Estado, porque las normas legales, desde la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña, a cualquier otra de menor rango, forman parte de nuestro sistema democrático. Ahora bien, la legalidad se puede cambiar, y quizás Sánchez y Torra contemplen una modificación del sistema para dar satisfacción a la Cataluña gobernada por los independentistas. Solo podemos hacer conjeturas porque hay mucho hablado entre unos y otros bajo un manto de opacidad.