Hubo un tiempo, no lejano, en que España era una de las naciones con la deuda pública más baja del mundo. En los primeros años de la década de los noventa del pasado siglo toda la deuda del Reino de España (las tres administraciones territoriales más la Seguridad Social) alcanzaba 225.000 millones de euros.
Asturias participaba del bajo endeudamiento: en 1994 debíamos 329 millones de euros (3,7% con respecto al PIB). La situación se mantuvo así durante los siguientes años porque los distintos gobiernos contaron con fuentes singulares de financiación, los fondos europeos y los fondos mineros.
El problema para el Principado llegó con la transferencia de las competencias de sanidad y educación. Los discursos quedaron en un segundo plano, reemplazados por la gestión. A los dos años de hacerse cargo de la sanidad la deuda estaba en 825 millones. Con el boom del ladrillo el aumento de la recaudación fiscal soportó el crecimiento del gasto público y la deuda bajó hasta los 744 millones.
El 18 de julio de 2007, en EE UU, dos fondos de hipotecas de alto riesgo quebraron, y el virus de la ‘subprime’ infectó las finanzas del primer mundo. Estalló la crisis económica. Profundo cambio de escenario.
Secuencia
Dejando a un lado las respuestas esotéricas, como aquellos ‘Plan E’ de Zapatero que solo sirvieron para disparar el déficit público, todas las administraciones se endeudaron porque del grifo de los impuestos dejó de manar dinero. Ahora bien, conviene detenerse en la especial secuencia asturiana porque explica el actual estado de cosas en la región.
El Principado, entre 2011 y 2015, elevó su deuda en 1.700 millones de euros. Un incremento superior a los 400 millones al año. Durante esa legislatura la deuda crecía a un ritmo superior al millón diario. Fue la tercera comunidad autónoma en que porcentualmente más aumentó el endeudamiento.
El crecimiento de la deuda fue acompañada de una fuerte subida de tributos, poniéndose Asturias a la cabeza del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales o del Impuesto de Sucesiones, cuando había diez comunidades autónomas que dejaban libres de pago a los herederos, o casi. En cuanto al IRPF, el Principado exprimió al abanico de rentas. Cataluña era la que más gravaba a los acaudalados, pero, en conjunto, el contribuyente asturiano era el que salía peor tratado. El tipo marginal llegó a ser del 55,5% para los que tenían rentas más altas, aunque también tenían que pagar por encima de otros territorios los que contaban con unos ingresos de 25.000 euros.
Millón diario
¿Para qué se incrementaba la deuda al ritmo de un millón diario y se elevaban los gravámenes fiscales? Para hacer frente al crecimiento del gasto corriente. El esfuerzo para financiar el gasto corriente fue enorme, ya que a la deuda y a los impuestos se sumó la caída en picado de la inversión que pasó de alcanzar una cifra máxima en los presupuestos de 2010, 1.283 millones de euros de inversión del sector público, a los 364 millones de 2013. Casi mil millones de diferencia.
En esos años quedó perfilada la actual estructura del reparto de recursos. Cómo se obtienen los ingresos y a qué se destinan.
En el debate político asturiano se impusieron los mantras: fiscalidad progresiva, deuda baja, líderes en gasto social, la prioridad es el empleo. El discurso oficial siempre invitó a los asturianos a sentirse orgullosos de nuestra gobernanza.
Destinando una parte minúscula a la inversión productiva es grotesco presumir de priorizar el empleo. Si fuimos la región que creó menos empleo es imposible que haya sido la prioridad de los gobiernos.
La deuda es baja en comparación con otras regiones, pero no con respecto a sí misma, porque desde el inicio de la crisis se multiplicó por seis.
La fiscalidad no se puede calificar de progresiva, ya que es un freno para la inversión y el empleo; la diferencia con respecto a las regiones vecinas es una invitación permanente a la deslocalización de personas y capitales.
Y llegamos al famoso asunto del gasto social, buque insignia del Principado. El gasto social se nutre fundamentalmente de gasto de personal que en la sanidad llega a ser la mitad y en educación se acerca al 80%.
Realidad
Pues bien, si comparamos las cifras de 2009 y 2019 nos encontramos con que el incremento del gasto social fue inferior al incremento de gasto en personal; este fue, a su vez, menor que el crecimiento de la deuda, y por encima de la subida de la deuda se situó el aumento del gasto corriente total que solo se pudo financiar con la caída de la inversión. Esta descompensada distribución de recursos no permite calificar a Asturias de tierra del progreso.
Desde 2018 hasta 2024 vamos a estar pagando por gasto del servicio de la deuda una factura superior a los 500 millones al año. Ya dijimos que entre 2011 y 2015 creció la deuda a razón de un millón al día, y ahora estamos en plena fase de refinanciaciones.
El Gobierno de Adrián Barbón recibió una herencia de 4.300 millones de deuda. Desde el Ejecutivo prevén que descienda en el medio plazo. Ojalá. Lo cierto es que la economía lleva seis años en crecimiento y la deuda batió récord cada año.
Para poder competir hay que moderar la presión fiscal y para crear empleo hay que realizar inversión productiva. Pues bien, para lograr esos objetivos no queda otro remedio que reducir gasto corriente, evitando la inflación en las nóminas de personal y reduciendo la sangría de vivir de dinero prestado.