Cuando IU de Asturias realizó su congreso (lo llaman Asamblea), se eligió a la dirección según los estatutos de la organización, a partir de los delegados de la Asamblea. Días más tarde se votó al coordinador a través del sufragio de todos los afiliados, poniendo urnas por la región. En Madrid no aceptaron el resultado del proceso, ya que según sus normas era preciso que la coordinadora (dirección) fuese también votada por las bases. El sector crítico de IU, en Asturias, impugnó el procedimiento y ahora la dirección regional cede y acepta la fórmula exigida por Madrid.

El asunto en sí mismo es un embrollo burocrático infumable. En términos políticos no se puede debatir sobre si es más o menos revolucionario que la dirección la voten las bases o los delegados de un congreso. Tras la experiencia de Pablo Iglesias, en Podemos, y de Pedro Sánchez, en el PSOE, la moda es la aclamación del líder por las bases. Como participan todos los afiliados, los seguidores de Iglesias y Sánchez dicen que es más democrático. El argumento es rebatible: a los delegados también los eligen las bases. Visto en perspectiva hay que optar entre un partido dirigido por un líder, sin contrapesos dentro de la organización, o por un liderazgo sometido al criterio de un órgano colectivo de dirección. No es fácil dar una opinión definitiva. En EE.UU. no tendrían dudas y optarían por el tándem, líder-dirección, porque allí hay la sana costumbre de recelar del poder, y tienen un sistema en que todos los poderes son fiscalizados por otros poderes. En España es probable que guste más la fórmula del líder inmarcesible ungido por las bases. Luego, pasa lo que pasa, Iglesias compra el inmueble de Galapagar y las bases lo refrendan en las urnas: imposible caer más bajo. Sánchez se pone a negociar con el ilegítimo Torra y el Comité Federal del PSOE se calla. Intuyo que al ministro de Consumo le gusta el perfil de Viriato.