El discurso de Felipe VI fue breve y directo, como piden las actuales circunstancias dominadas por la emergencia sanitaria. Sabedor de que la gente le escuchaba tras un encierro de cuatro días, no se anduvo por las ramas: el Estado está volcado en resolver la crisis y los españoles deben sentirse protegidos. Con 600 muertos a la espalda, el Jefe del Estado expresó su afecto a los familiares. A continuación, el obligado agradecimiento a la gente que combate a cuerpo gentil con la epidemia: los profesionales de la Sanidad, empezando por médicos y enfermeras. Definió su papel con acierto, «sois la vanguardia de España». En efecto, pocas veces los miembros de una profesión tienen en sus manos la posibilidad de devolver el bienestar a un país entero. La larga espera desde los hogares, unas veces tensa, otras insulsa, siempre añorante de la normalidad, basa su esperanza en la eficacia de los trabajadores sanitarios. El alto sentido de la profesionalidad, la capacidad para procesar un trabajo ingente, la intuición para saber decidir en poco tiempo y sin contar con todos los datos, la resiliencia para soportar jornadas de trabajo que desbordan cualquier convenio colectivo los convierte en la vanguardia de España. De ahí el espontáneo homenaje del pueblo español ovacionándolos desde ventanas, balcones y terrazas al caer la tarde.
El Rey dijo que la crisis pone a prueba los valores y la capacidad del Estado. Como el Estado somos todos, el valor de la población civil consiste en aceptar las directrices marcadas por el Gobierno y mentalizarse para vivir un tiempo indeterminado en circunstancias precarias. A renglón seguido el monarca reconoció que «es fácil decirlo, pero no hacerlo». Tampoco se nos pide algo distinto a otras poblaciones que sufrieron –y sufren– los efectos de la pandemia. En China el confinamiento fue más riguroso, sin derecho a sacar el perro a pasear, y en Corea del Sur hicieron una brillante gestión de la crisis con medidas más acertadas de las que dictaron los expertos que asesoran al Gobierno de España, pero también con la disciplina de 51 millones de habitantes. Sin la colaboración activa de la población el virus va de huésped en huésped.
El monarca habló de «resistir y aguantar», pero terminó su discurso con un mensaje de esperanza: estamos padeciendo una «crisis temporal»; un «paréntesis en nuestras vidas»; «volveremos a la normalidad». Que el paréntesis sea breve depende de encontrar una vacuna y actuar con disciplina.