Estamos tan impactados por la evolución de la pandemia, con casi el triple de afectados que el pasado sábado y con más de ochocientos muertos, que los aspectos económicos del fenómeno quedan relegados. Sin embargo, de la capacidad de contagio del virus no solo depende la salud de la colectividad sino el bienestar económico y social del que hemos gozado en las últimas décadas. Los estragos producidos por COVID-19 han puesto de manifiesto la entelequia que es la Unión Europea ante los verdaderos desafíos. En la UE saben ponerse de acuerdo sobre cuotas pesqueras, pero son incapaces de actuar como un territorio unido con una política homogénea frente a la adversidad, tanto si se trata de la crisis de las hipotecas ‘subprime’, como de la catástrofe del coronavirus.

A principios de semana, la reunión del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (ECOFIN) causó una impresión desoladora al conformarse los ministros de Economía de los 28 países con ponerse de acuerdo en que cada uno tiene libertad para hacer lo que le plazca. Solidaridad, cero, y total ausencia de visión a largo plazo. Previamente, ya había metido la pata la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, afirmando que el BCE no estaba para reducir las primas de riesgo de los países socios. ¿Cómo se puede permitir una frivolidad tan superlativa una responsable política que atesora una gran experiencia en el campo de la economía y las finanzas? Daban ganas de responderle que como presidenta del banco emisor tiene que escoger entre preocuparse por las primas de riesgo, que miden la credibilidad de los países ante los mercados, o empezar a preparar planes para el rescate de esos mismos países. Resucitar a Grecia costó mucho, pero no quiero ni imaginar los esfuerzos que habría que hacer para reanimar a Italia.