El experimento social más multitudinario realizado en la historia de España cumple su primera semana. Saquemos las primeras conclusiones. El confinamiento de la población es el ‘plan B’ del Gobierno, tras naufragar la estrategia inicial. Dos veces al día, el doctor Simón predicaba que el lavado frecuente de manos nos pondría al abrigo de la epidemia, aunque los bares estuvieran llenos de adictos, los estadios de hinchas, las terrazas de ociosos, las aulas de niños y los gimnasios de sudor. En la primera semana de marzo el Gobierno callaba porque había que dejar «hablar a la ciencia». Quince días más tarde, hay más de 25.000 infectados y cerca de 1.400 muertos.
Sin que nadie dimita, sin que nadie diga «lo siento mucho, me he equivocado», estamos en pleno despliegue del ‘plan B’, que no corre a cargo de la ciencia, sino de 47 millones de españoles que transforman su casa, sucesivamente, en bar, estadio, terraza, aula y gimnasio, según las horas.
Pedro Sánchez manifestó, repetidamente, que «va a ser muy duro». Para que nos hiciéramos una idea cabal de lo que nos aguardaba también podía haber hablado directamente de arresto domiciliario, porque aunque nadie haya delinquido, aunque la mayoría estemos de acuerdo en que ahora toca cerrar la puerta de casa para que no entre el virus, el hecho de estar confinados bajo amenaza de multa no es muy distinto al arresto domiciliario del Código Penal.
El río
Dentro de una semana se prorrogará el estado de alarma porque la tarea apenas está iniciada. La pandemia crece a un ritmo de 5.000 infectados al día, así que debe mantenerse el tratamiento. Carecemos de alternativa. Si se rebaja la dosis, el virus causará estragos. Recordemos el refrán: no hay que cambiar de caballo en el medio del río.
Los españoles cumplimos con nuestra parte del pacto, ahora hace falta que el Gobierno, tras fracasar con la ayuda «de la ciencia», cumpla con su obligación y ponga en manos de los profesionales sanitarios, los enfermos y la sociedad los instrumentos de protección: test (pruebas diagnósticas), respiradores, guantes, mascarillas, batas, etcétera. En caso contrario, nuestras ciudades y pueblos seguirán dominados por la ley del coronavirus.
Es paradójico que muchas personas puedan ir a por pan con mascarilla, pese a que están agotadas, y el Gobierno que tiene infinitamente más poder y dinero, no haya repartido el producto. Los expertos dicen que para la población sana no son necesarias, pero cada vez que la televisión pone imágenes de China o Corea, veo a todos los transeúntes embozados.
Respiradores
Al hablar de respiradores es obligado citar a los cuatro ingenieros, Marcos Castillo, Bartolomé López, Juan María Piñera y Carlos Moreno-Luque, que con la ayuda de otras personas han diseñado y construido un respirador artificial para que lo puedan utilizar los enfermos graves del HUCA. Un ejemplo de valía y de rebeldía ante un Estado que no supo prever la contingencia. Una ovación para ellos a las ocho de la tarde.
Para ganar la batalla al virus no bastan los encierros domiciliarios. Es preciso hacer muchas pruebas diagnósticas. Hace unos días, el ministro de Sanidad dijo que se habían hecho 30.000 test en España. En Alemania, cada semana hacen 160.000 test. Quizás por eso, ellos, aunque llevan ya más de 20.000 infectados, solo han lamentado 72 muertos, mientras que nosotros enterramos a 1.400.
El pasado sábado, Pedro Sánchez dijo que quizás llegaríamos esta semana a los 10.000 infectados, y rozamos los 25.000. No hay que darle más vueltas, el Gobierno de coalición –y por extensión, la clase política española– está preparado para hacer otras cosas, pero no para resolver problemas reales. Menos mal que para ocultar la impotencia no recurrieron a la cantinela de proponer un pacto de Estado contra la pandemia.
Las previsiones realizadas por los expertos sitúan, en España, el pico de la demanda sanitaria dentro de siete semanas. En Asturias, puede ser algo antes. En cualquier caso, una larga temporada de confinamiento domiciliario para la población. Hay que reflexionar sobre esto.
Convivencia
Habrá individuos, quizás muchos, que mostrarán una gran tolerancia ante la prueba, pero al estar 47 millones de personas involucradas en el experimento, no queda otro remedio que hacer algunas consideraciones. El decreto del estado de alarma del Gobierno, aunque fue modificado por dos veces, no sirve para gestionar un modelo de convivencia antinatural y conflictivo. Vaya por delante que me parece incuestionable la operación del confinamiento. Lo contrario sería una tragedia.Nos jugamos mucho en el envite y debemos hacerlo muy bien, pero para eso hay que utilizar la cabeza.
Los niños deben salir dos veces al día. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que lo necesitan menos que los perros? Los octogenarios que daban un paseo diario tampoco pueden quedar hundidos en el sofá. La gente que por prescripción médica hace ejercicio no puede pasarse tres meses inmovilizada. Lo mismo ocurre con personas que sufren problemas de ansiedad, depresión o de otro tipo.
La prioridad es la lucha contra la pandemia, pero se puede mantener la disciplina contra el virus sin dañar la salud de millones de personas. Nada de reuniones, ni de relaciones sociales, ni de juegos en la playa o en el parque. Sanidad y ayuntamientos ordenan espacios, horarios y turnos, y de esa forma la ciudad no se convertirá en una olla a presión.