Continúa la pandemia dejando registros inquietantes. Nuevo récord de fallecidos: 864 en una jornada. Cinco días seguidos con más de 800 muertos. Estamos muy cerca de la cifra global de 10.000 decesos. Hace una semana íbamos por los 3.400. El asunto no es ya lo que dejamos atrás, sino lo que nos aguarda. Cuando acabe esta batalla cuántos cadáveres quedarán en el campo. El Ministerio de Sanidad dice que solo podrán asistir tres familiares o allegados a la despedida, manteniendo la distancia de seguridad de uno o dos metros. Resignación.

El doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Emergencias Sanitarias, dice que los nuevos contagios habidos, 7.719, no constituyen ya el caballo de batalla. Es cierto que la cifra de infectados no crece porcentualmente como antes, pero las cantidades siguen siendo muy grandes. Todo depende de donde pone cada uno el listón de la tolerancia. Cuando se nos decía hace quince días que la pandemia estaba controlada, nos tenían que haber avisado que al finalizar el mes estaríamos en 102.000 infectados y con más de 800 muertos cada día. No entiendo cómo los ministros y altos funcionarios que se dirigen los siete días de la semana a la opinión pública no hacen una reflexión empática con los familiares de tanta víctima. Todo va bien o muy bien, según ellos. Deberían añadir: para algunos. Los hay que estando enfermos por el coronavirus, desde su dormitorio se cuelan en millones de hogares a diario para darnos su versión sobre la evolución de la pandemia. La egolatría es otra enfermedad de nuestro tiempo para la que no existe vacuna.