Tras cinco días seguidos con más de 800 muertos, llegó la dolorosa sorpresa de los 950 fallecidos. Récord sobre récord. El ministro de Sanidad no cambió de discurso, celebrando que la curva de la pandemia se inclina hacia abajo: vamos por buen camino. En las últimas semanas, la extensión de COVID-19 permitió dibujar todo tipo de gráficas, pero el Gobierno siempre hizo la misma interpretación, tanto da que hubiera dos mil o tres mil personas infectadas y los decesos estuvieran por debajo del centenar, que ahora, con 110. 238 contagiados y 10.003 muertos, como balance provisional de la pandemia.
No es fruto del azar que España sea el segundo país del mundo con más ciudadanos fallecidos por culpa del coronavirus. Para alcanzar un resultado tan calamitoso hizo falta que se juntaran tres circunstancias. La falta de visión para anticiparse a la llegada de la epidemia, fruto de un Gobierno que tenía otras prioridades en la agenda, la incapacidad para defender al personal sanitario que lucha contra el virus, por falta de recursos, y el lamentable fracaso al comprar material sanitario. Decían que el mercado «está muy agresivo» para justificar la tardanza en adquirir los respiradores y test de diagnóstico. Compraron a un proveedor extraoficial y el material no funcionaba. Luego lo hicieron a un suministrador acreditado y resulta que no detecta a los portadores del virus en los cinco primeros días de la infección (se supone que los test son para diagnóstico precoz). Estamos en abril y la esperanza del Gobierno está cifrada en el confinamiento. Aún con todo, dadas las circunstancias especiales que atravesamos, se puede ser indulgente con los errores del Gobierno siempre que los asuma, pero ese discurso triunfalista de llegar al pico, aplanar la curva y los aviones de Shanghái que traen para mañana por la mañana el material que necesitamos, no tiene un pase. A ver si se enteran: no llegamos a ninguna cumbre, sino que tocamos fondo.
En el campo laboral, los números carecen de precedente con los 900.000 empleos perdidos. A escala asturiana, aumentó el paro en 4.550 trabajadores, sin contar con los incursos en ERTE. La Seguridad Social perdió 11.500 afiliados. No hay que rasgarse las vestiduras. Con el cierre de empresas decretado por el Gobierno y los trabajadores confinados en sus casas, las cifras tenían que ser así o peores. La cuestión en saber si pasado el estado de alarma, se podrá reanimar la actividad económica y rescatar a tanto trabajador abandonado.