La última orden del Ministerio de Sanidad regula pormenorizadamente el abandono gradual del confinamiento. La norma es prolija y está confeccionada sin tener en cuenta que, a diferencia de la mayoría de las disposiciones ministeriales, iba a ser interpretada por decenas de millones de personas. El resultado final fue la generalización del descontento y la confusión. Justo cuando tocaba aplicar la orden, las delegaciones de los gobiernos de algunas comunidades autónomas (Asturias y Galicia) la reinterpretaron a petición de los alcaldes y tras consulta con Madrid. Dejaron de tener sentido las franjas horarias, la salida la calle de los ciudadanos según edades y capacidades, y hasta la misma unidad territorial en que basaba la estrategia para recuperar la normalidad: la provincia. En Asturias, allá donde haya un núcleo de población aislado que no supere los 5.000 habitantes, la salida a la calle será libre y podrá producirse en cualquier momento del día.

Es un acierto que en tantos pueblos donde no entró la pandemia puedan sus vecinos abandonar el largo encierro domiciliario. La Asturias rural ya debería haber gozado de una cierto trato diferencial que no cabría extender a las urbes para evitar la extensión de la enfermedad. Desde la llamada fase cero que inicia la transición a la normalidad, queda configurada la Asturias de las dos velocidades con la zona rural en vanguardia y la urbana siguiendo sus pasos una semana más tarde.

Como no creo que el noroeste sea una excepción, el intento de uniformar el proceso con la provincia como unidad territorial de planificación va a saltar por los aires. En cada comunidad autónoma regirá un plan distinto. Como ocurre con casi todo.