La fase cero quedó atrás. Según los desconocidos expertos que toman decisiones por el Gobierno, Asturias progresa adecuadamente. A falta de una explicación extensa y pormenorizada de los criterios de evaluación, nos queda la satisfacción de pasar de fase, de quemar etapas, de avanzar en la recuperación de la vida social tal como era antes del 14 de marzo, cuando empezó el régimen de excepcionalidad.
La semana de tránsito entre la fase cero y la uno sirvió para constatar el fracaso del modelo de ocupación del espacio público. Como es bien sabido, el Gobierno optó por ordenar la salida de la población a la calle según franjas horarias, asignándolas por edades. Ya dijimos que la operación nos sorprendía, y los resultados son acordes con la sorpresa.
Para no perdernos en la farragosa dialéctica del ministro de Sanidad y el epidemiólogo portavoz, simplifiquemos la exposición. Desde las diez de la mañana a las ocho de la tarde el Gobierno concedió en exclusiva el espacio público a 13,5 millones de españoles. Casi todo el día para solaz de un grupo reducido de la población (mayores de 70 años y menores de 14), mientras que el resto (33,5 millones) podía salir de casa de seis a diez de la mañana y de ocho de la tarde a once de la noche.
Muchedumbre
Como hasta las ocho de la mañana podemos considerarlo un periodo puramente teórico, nos encontramos con que la mayoría de la población tenía, como mucho, la mitad de tiempo para el esparcimiento que la minoría. A lo anterior hay que añadir que la mayoría citada (entre catorce y setenta años) es la que tiene una mayor movilidad y en la vida normal realiza la mayor parte de los desplazamientos.
El resultado lo pudo comprobar cualquier observador que se acercara en Gijón al paseo del Muro a las nueve de la mañana o a las nueve de la noche. Creería estar en un día de agosto. Querían lograr el famoso distanciamiento social y provocaron el cierre de filas. La responsabilidad individual no caduca, pero hay que reconocer que lo ponen muy difícil. No sé si las marchas masivas conllevarán un repunte de la epidemia, pero el panorama no es tranquilizador.
Dividir el tiempo en franjas para uso exclusivo de cohortes generacionales no tiene razón de ser. No pasa nada porque coincidan por la acera personas de distintas edades. La clave está en la cantidad de gente, en la densidad de población por metro cuadrado.
En vez de dividir el tiempo, había que partir el espacio. Las ciudades deberían dividirse por sectores, para que no coincidieran todos en la calle. En otros países se ha hecho; algunos de ellos siguiendo pautas prolijas. El confinamiento fue eficaz sobre la base de dividir el espacio en miles y miles de pequeñas parcelas (domicilios). El ecosistema de la epidemia es la aglomeración humana. Con horas de asueto para mayores, más horas para niños y el sobrante para el 70% de la población se propicia lo que se quería evitar.
A la carta
En el paso de la fase cero a la uno empieza a concretarse el vector fuerza que lidera la desescalada. La idea inicial del Gobierno de dirigir el proceso tomando como unidad la provincia ha quedado desdibujada. En la mayoría de las comunidades autónomas conviven la geografía de la fase cero y de la fase uno, pero ninguna tiene el contorno de la provincia. Las demandas planteadas por los gobiernos autonómicos, en las dos últimas conferencias de presidentes, convierten las medidas de la desescalada en un menú a la carta. Cada uno tiene su receta. El ministro Salvador Illa dijo que habían aceptado el 83% de las propuestas regionales. ¿No habíamos quedado que la vuelta a la normalidad se regía por criterios científicos?
La unidad política y social mantenida durante el confinamiento era un espejismo que saltó por los aires en el momento en que el estado de alarma dejó de estar apoyado por el PP. El 51% de los españoles habita en territorios delimitados como fase uno, formando entes fantasma, a medio camino entre la provincia y la comarca, dependiendo que tengan en su territorio un hospital o no sé cuántas camas para enfermos agudos.
Son entes nuevos, nacidos de mentes calenturientas que consideran que las relaciones económicas de un territorio integrado se pueden mantener con códigos sociales y laborales distintos. Qué cabe esperar de unos expertos que se avergüenzan de dar la cara en público.
De las comunidades autónomas surgió la idea de primar a los municipios, áreas sanitarias o zonas donde los efectos de la epidemia eran menos graves. Si el problema fuera exclusivamente sanitario se podría estudiar la demanda, pero la transición a la normalidad es un proceso mucho más amplio que debería estar sustentado sobre la base de la provincia, tal como en su día avanzó Pedro Sánchez.
Es muy importante gestionar el proceso desde las instituciones representativas y para territorios con identidad arraigada. No cabe pensar que la normalidad se conquista por separado, con cada pueblo o villa por su cuenta, como si viviéramos en una sociedad atrasada, cerrada, endogámica, con patrones de autoconsumo.
Tras el parapeto de la ciencia, la transición a la normalidad está teñida de política. Por eso Pablo Iglesias sabía antes de que hablaran los expertos que Madrid quedaba anclado en la fase cero. Por lo menos no sufre cambios en el mapa: ni amputaciones ni añadidos.