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Juan Neira

LARGO DE CAFE

CARENCIA DE LIDERAZGO

El «periodo especial» –por utilizar la denominación de los cubanos– termina dentro de quince días. El Gobierno tuvo que improvisar en cuanto los apoyos parlamentarios empezaron a resquebrajarse, los presidentes autonómicos dejaron de hacer seguidismo, y la desconfianza de la opinión púbica creció ante la ceremonia de la confusión en que derivó la desescalada y las cuentas mortuorias que echan desde el Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias: cualquier ajuste vale con tal de no llegar a la cifra oficial de 30.000 fallecidos.

El estado de alarma caduca y el dirigismo social declina. A partir de ahí habrá que encomendarse a las mascarillas, ese artilugio superfluo, según Simón, durante gran parte de la primavera. A las mascarillas y a la bonanza climática, que lleva varias semanas colaborando para hacer desagradable al coronavirus la estancia en nuestro país. Esta última afirmación me atrevo a hacerla con desparpajo, en vista de que los que mandan dicen una cosa y la contraria, el mismo día, sin temor al ridículo.

Corolario

Las conclusiones positivas que podemos sacar del periodo especial son dos: la medicina del confinamiento funciona, aunque en la misma medida enferma la economía; los profesionales de la Sanidad son capaces de hacer frente a la pandemia, pese a que no tengan escudos y corazas, y dejemos en un segundo plano otros problemas de salud.

Cualquier otro corolario es negativo: carecemos de liderazgo político, la dirección técnica fue por detrás de los acontecimientos y estuvo fundamentalmente centrada en dar cobertura al Gobierno, tenemos déficit de material y naufragamos al hacer compras en el extranjero. A todo ello hay que sumar los problemas que genera la estructura autonómica para hacer frente a una amenaza sanitaria de alcance global, con presidentes nacionalistas que no aceptan que el Gobierno central meta las narices en sus virus. En un momento tan delicado es imposible ejercer el liderazgo político desde un Gobierno de coalición, donde el socio minoritario no asume la responsabilidad de estar al frente del Estado.

Hace unas semanas fueron muy llamativas las declaraciones del ministro de Consumo sobre el turismo, una actividad de carácter estratégico para España, ahora y en el pasado, que atraviesa una coyuntura muy difícil, con serias trabas para desarrollar sus negocios y sufriendo una campaña internacional que trata de desacreditar a nuestro país como destino turístico.

Garzón

A Alberto Garzón hay que explicarle que los ministros están para ayudar a las actividades económicas, no para criticarlas. Máxime cuando el turismo representa el 13,4% del empleo del país, con 2.677.000 puestos de trabajo en 2019, casi 100.000 más que el año anterior.

No satisfecho con el revuelo levantado con sus declaraciones sobre el turismo, esta semana entró con los mismos ademanes en el corazón del Estado, al decir que existen elementos reaccionarios dentro de las estructuras de la Policía y la Guardia Civil que podrían ser favorables a un golpe de Estado, porque entre ellos cala el discurso radical del PP y Vox. Para tranquilizarnos añadió que son minoría y no ponen en riesgo la democracia.

Todo esto dicho por un ministro que no aportó pruebas, ni siquiera indicios. Tal vez el cliché de la Guardia Civil golpista le cuadra con su particular lectura de la historia (digo particular lectura, porque cuando el pueblo de Madrid estaba concentrado tras las elecciones municipales de 1931 en la Puerta del Sol ante el comité revolucionario, la llegada del director de la Guardia Civil poniendo a la Benemérita al servicio de la República, terminó con las indecisiones. La misma resolución tuvo el general Aramburu Topete, al frente del Instituto Armado, cuando Tejero se levantó el 23-F).

Es inaudito que un ministro ofenda de una forma tan gratuita a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cuando está tan reciente su contribución a la lucha contra la pandemia.

No deja de ser llamativo que el ministro del Interior, Grande-Marlaska, no haya salido a rebatir las declaraciones del ministro de Consumo, al ser el responsable último de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Quizás el propio Grande-Marlaska haya entendido que su defensa de la Guardia Civil, en las presentes circunstancias, no era muy creíble.

Vicepresidente

En la misma línea produjeron estupefacción las bravatas del vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, ante la comisión parlamentaria creada para la reconstrucción social y económica, cuando refiriéndose a Vox, afirmó: «Les gustaría dar un golpe de Estado, pero no se atreven, porque para eso, además de desearlo y pedirlo, hay que atreverse».

Parece que Pablo Iglesias desconoce que ser vicepresidente de un gobierno está reñido con lanzar acusaciones graves sin fundamento en el Parlamento. Ya quedaron atrás los tiempos del escrache a Rosa Díez. Si quiere volver a ellos tiene que bajarse del coche oficial. No es lógico que sea tan sensible a cualquier alusión al pasado ‘frapero’ de su progenitor y se tome la libertad de tachar de potenciales golpistas a los rivales políticos.

Con estos mimbres es muy difícil que el Gobierno de coalición ejerza el liderazgo político en la sociedad española. Se puede encabezar una facción, pero no es posible constituirse en referente para todos.

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por JUAN NEIRA

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