El brutal impacto de la pandemia y el desastre económico provocado por el confinamiento conforman los grandes titulares de la actualidad desde hace más de cuatro meses, dejando en un segundo plano otras realidades preocupantes creadas en este periodo. Una de ellas es la educación.
Hace algo más de un mes finalizó el curso escolar más atípico de los últimos ochenta años. La mejor prueba de ello es que el curso terminó en junio, pero la actividad docente quedó interrumpida en la primera quincena de marzo.
Una vez que se procedió al cierre de los colegios para detener el ritmo creciente de contagios, empezó un periodo dominado por la improvisación, tratando de mantener la actividad docente por vía telemática.
Voluntarismo
No se había hecho ningún simulacro de enseñanza a distancia, ni en el mundo de la educación había protocolos para pandemias, así que se optó por mantener el tipo, con grandes dosis de voluntarismo, pero siendo conscientes de que en esas circunstancias los recursos informáticos hacían más de placebo que de medicina.
En una reunión con asociaciones de padres, la consejera de Educación, Carmen Suárez, lo aclaró muy pronto: ni se avanzará materia ni se calificará el trabajo que hagan los alumnos en casa. En resumidas cuentas, a partir del 13 de marzo el curso se convirtió en un ensayo.
A la hora de juzgar la eficacia de la enseñanza telemática, el Gobierno italiano optó por la sinceridad y declaró el aprobado general en todo el país. En España, Isabel Celaá no se atrevió a decir la verdad a la gente y prohibió el aprobado general, pero estableció unas condiciones tan rigurosas para el suspenso (que por el bien del alumno sea mejor suspender que aprobar, con independencia del nivel de conocimientos que tenga de la materia) que todos resultaron aptos.
En resumen, un curso truncado, con seis meses de vacaciones, hacen de la vuelta a las aulas la hora de la verdad. Hay que aprender en un curso lo que se explica en uno y pico, porque vienen de un trimestre en blanco y una larga temporada sin clases que convierten la tabla de multiplicar en un complejo algoritmo.
Retraso
Ante el temor a la cronificación del retraso escolar colectivo, Adrián Barbón tomó una decisión valiente, arriesgada (¿temeraria?), y cara: la docencia presencial es irrenunciable para el Principado.
El Principado ha barajado tres hipótesis para el inicio del curso escolar: normalidad, agravamiento de la situación sanitaria, y vuelta al confinamiento. En las dos primeras se apuesta por la educación presencial.
Las medidas preventivas que rigen para toda la sociedad (distanciamiento social, higiene, mascarilla) se adaptan para una población muy particular, la que habita los colegios, caracterizada por una enorme sociabilidad, grandes impulsos emocionales, aprendizaje por taco y desdeñosa con los riesgos.
Las clases no pueden superar los veinte alumnos y cada grupo estará aislado del resto: horarios distintos para el recreo, para la entrada al colegio, etcétera. La única presencia permanente en el aula es la del tutor. La comunicación con los padres será telefónica, las reuniones de los claustros, online.
Como se reduce el número de alumnos por grupo habrá que desdoblar clases, de ahí que el Principado contrate a 400 profesores nuevos. Por eso la alternativa de la enseñanza presencial es más cara. La apuesta por la enseñanza online no encarece la nómina de personal.
Problemas
Vamos con los problemas. Las clases nuevas que se crean (aulas COVID) estarán ocupadas por alumnos que exceden de la veintena en los grupos ya establecidos, por aquellos que traigan un retraso más acusado del curso pasado, y por los que estudien Religión o la optativa (los que cursen Religión en un aula y los de la optativa en otra distinta). Es decir las nuevas clases son heterogéneas, algunos de los alumnos se separaran de sus compañeros de cursos anteriores, se agrupan los que llevan retraso y se abre la puerta a una novedad: que en una misma clase, por exigencias del guion (más de veinte alumnos) se realicen agrupamientos internivelares. Por ejemplo, alumnos de segundo y de tercero de Primaria juntos. O de quinto y de sexto.
Es más fácil planear este modelo de grupos que gestionarlo, máxime cuando se trata de un curso intensivo en que no cabe dejar los conocimientos a medias.
Más problemas. En este modelo que combina las medidas preventivas ante el virus con la enseñanza escolar la figura del tutor se agranda. El tutor se pasará todas las horas lectivas en el aula. No tendrá tiempo libre para preparar material o cambiar impresiones con sus compañeros. La idea es que el resto del profesorado pase el menor tiempo posible por las clases.
Los tutores también cuidarán recreos, estarán al tanto del transporte, etcétera. Toda la actividad del colegio estará centrada en la acción de los tutores. Hasta ahora, el trabajo, el sacrificio y la responsabilidad estaban más compartidos.
Interrogante: ¿qué ocurrirá si el curso escolar no está pautado por ningún estado de alarma, pero el nivel de contagios es elevado –como ocurre ahora en Cataluña o Aragón-, la población infantil es asintomática, pero el profesorado sufre bajas por coronavirus? ¿Repliegue telemático?
Cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente. No obstante, estoy convencido de que en ese supuesto volverá a ponerse de manifiesto la profesionalidad. Como ocurrió con los sanitarios.