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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LA HORA DE LAS OPORTUNISTAS

El abandono del Rey emérito del palacio de la Zarzuela, rumbo al extranjero (increíble: veinticuatro horas después del comunicado oficial, ni el Gobierno ni la Casa del Rey han informado a la sociedad española del país que eligió para residir), es un acontecimiento de tales dimensiones que ha desplazado a la pandemia de los titulares de la actualidad, pese a que sigamos con más de mil infectados al día. Era un final inimaginable para un personaje público que fue durante muchos años el mejor valorado por la sociedad española. El tiempo dirá, pero la salida de España, precipitada y misteriosa (sin decir el destino), tiene mucho de autoexilio. Marcha rodeado de sospechas fundadas sobre actuaciones irregulares, y en la carta con la que se despide de su hijo –que en definitiva es una misiva a todos los españoles– no hay el menor intento de defensa, cuando sabe que está siendo investigado en Suiza y en España, aunque a día de hoy no existe una acusación formal contra él.

Como ocurre con decisiones y acontecimientos de dimensión histórica, las consecuencias son inmediatas, entre ellas el cuestionamiento de la institución monárquica. La ministra de Igualdad, Irene Montero, número dos de Podemos, ha sacado toda la artillería de la izquierda radical contra el Rey emérito (huye del país y de la acción de la Justicia), y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se preguntó «¿para qué sirve la Monarquía?». De las seis monarquías que hay en la Unión Europea y de las once que hay en Europa, no existe otra que haya jugado un papel tan positivo en los últimos cuarenta años como la española. Ese protagonismo de don Juan Carlos no sirve para disculpar cualquier operación de enriquecimiento ilícito, si lo hubo, pero las irregularidades, los disparates o los escándalos de un Rey no invalidan la institución monárquica; al igual que las irregularidades, los disparates o los escándalos de un jefe de Estado republicano no convierten en obsoleta la república. El problema de Irene Montero, como el de Pablo Iglesias, es que quieren cambiar la Constitución y para ello les vale tanto la increíble peripecia del emérito con la señora Larsen, como el deseo de autodeterminación de Torra o Puigdemont. Todo lo que tenga forma de ariete se utiliza.

Resulta paradójico que después de transformar la organización desde el inicial asamblearismo de base al actual liderazgo de familia, pongan tantos reparos a la institución monárquica. Solo les falta regular el derecho sucesorio.

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por JUAN NEIRA

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