La problemática situación española está marcada por la pandemia, que en su segunda escalada vuelve a causarnos más daño que a la gran mayoría de países europeos, y con una situación económica peor de lo que se preveía al principio del verano, ya que la ilusión del turismo se ha desvanecido entre botellones locales y vetos internacionales.
No se puede hablar de mala suerte, porque esta vez el virus habitaba entre nosotros e hicimos todo lo posible por extender su influencia cumpliendo con la pauta del verano tradicional: intensa interacción social, convencidos de que mata más el aburrimiento que el bichito.
A ello se sumó la actitud complaciente de la Policía, muy distinta de la que tenía en las duras semanas del confinamiento, cuando en Llanes un helicóptero bajó del cielo a la tierra para reprender a una señora que estaba a cien metros de su casa acompañada por su perro.
Los gobiernos autonómicos fueron colaboradores necesarios del desastre al tardar en actuar, poner mucho celo en diferenciarse unos de otros, evitar tomar medidas preventivas y quedar boquiabiertos ante el avance de la transmisión comunitaria.
Claro está que unos fueron peores que otros. Como los genios que gobiernan Navarra, que suspendieron los sanfermines y solo impidieron que salieran a la calle los toros, dejando que la gente se resocializara sanamente a medio metro de distancia. ¡Pobre de ti!
O los que mandan en el País Vasco, que evitaron indisponer al público con mascarillas molestas hasta que volvieron a ganar las elecciones autonómicas el 12 de julio. A partir de ese día reanudaron su lucha contra la pandemia. Demasiado tarde.
Sí, en Asturias estamos mejor, se cuentan por decenas los contagios que en otras regiones se contabilizan por centenas. No obstante, tengo nostalgia de aquellos 25 días de gracia sin infectados y temo que al final nos acabe arrastrando la tendencia general.
A este panorama negro se incorporaron dos hechos imprevistos. El primero es el ‘affaire’ del Rey Emérito. Nada hacía pensar que íbamos a terminar con el Monarca en paradero desconocido.
Por el ancho mundo hay más conseguidoras como la señora Larsen. También se producen otras actuaciones irregulares, o abiertamente delictivas, pero no se gestionan tan torpemente.
Juan Carlos I
La caja de Pandora la abrió el Gobierno cuando dejó caer que necesitaba que don Juan Carlos abandonara el palacio de la Zarzuela para poder aprobar los presupuestos del Estado. Cuando lo leí me pareció una broma.
Qué tienen que ver las cuentas con el lugar de residencia del Rey Emérito. Más aún, qué tienen que ver los presupuestos con el Rey Emérito. Solo cuando uno se alía con ese conjunto de siglas que acompaña a Pedro Sánchez desde el altar de la investidura, pueden bloquearse los recursos presupuestarios por utilizar una residencia palaciega.
A la vista está que el padre del Rey dejó su residencia bajo presión, no fruto de un acuerdo. El Gobierno nunca hubiera querido que se desplazara al extranjero, pero una vez en la calle cada uno es libre de escoger lugar para vivir.
Seguro que el asunto fue largamente discutido y negociado, pero me atrevo a decir que todos los interlocutores del Rey Emérito hubieran preferido que se quedara en España. En la capital del Reino o en las Rías Baixas, pero en España.
También presupongo que del variopinto mundo que se ofrece al usuario de un avión el lugar donde menos deseaban ver los negociadores a don Juan Carlos era en los Emiratos Árabes y alrededores. Tras las revelaciones de la señora Larsen, es el sitio menos aséptico. Conclusión, la negociación terminó en desacuerdo y don Juan Carlos mantiene la barbilla alta.
Dejando a un lado a los seguidores de Torra y Puigdemont, el único grupo parlamentario que quiere sacar rédito político del ‘affaire’ es Unidas Podemos. Pese a estar en el Gobierno, mantienen su propia estrategia de acoso a la institución monárquica, como parte del cambio constitucional que pretenden, y para eso les viene como anillo al dedo la marcha del Rey Emérito al extranjero, un hecho que desde el inicio presentaron como «huida».
Hablando de países extranjeros es absurdo que el Gobierno pretenda ignorar su paradero cuando recibe protección de funcionarios españoles. Al Gobierno le incumbe informar a la opinión pública sobre el lugar en que reside. No es cosa de la Casa del Rey, sino del Gobierno. Es completamente anómalo ocultar a 47 millones de españoles dónde está un señor que mantiene el título de Rey, aunque sea con carácter honorífico. Con tanta opacidad se proyecta una imagen nefasta de España fuera de nuestras fronteras.
Iglesias
El otro hecho imprevisto es el horizonte judicial que cerca a Podemos. Al famoso caso del teléfono robado a Dina Bousselham, en el que Pablo Iglesias fue desposeído de la calificación de perjudicado, se ha sumado el caso de financiación ilegal abierto contra el partido y tres altos dirigentes del mismo en un juzgado de instrucción de Madrid. Pablo Echenique, siguiendo el libro de estilo de la casa, ya ha atacado al juez, y el partido morado relaciona las acusaciones con su porfía por el advenimiento de la república.
A partir de septiembre, las torpezas cometidas con el Rey Emérito serán utilizadas por Podemos como altavoz de sus denuncias y poder tapar así sus propias vergüenzas. Como si no tuviéramos ya bastante con el virus.