La Junta Directiva Nacional del PP transcurrió por el camino esperado, con cierre de filas en torno a Pablo Casado. Feijóo, especialista en hablar desde el silencio, prefirió tomar la palabra para apoyar los cambios introducidos por el presidente en el organigrama del partido. Una novedad en el nuevo esquema de dirección es la ubicación de José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, como número tres en la jerarquía interna, con el cargo de portavoz nacional del partido. Sobre la reunión gravitó la figura de Cayetana Álvarez Toledo, sustituida por Cuca Gamarra, como portavoz en el Congreso de los Diputados. En el discurso de Pablo Casado hubo muchas alusiones implícitas a la cesante. Dado que el cambio producido no ha recibido más que parabienes entre la dirección del partido, pudiera parecer un error del presidente hacerle tanto hueco en su discurso, pero es una apreciación errónea. Casado se vio obligado a confrontar con el discurso de la exportavoz porque Cayetana fue, finalmente, despedida por defender tesis políticas con una indudable carga ideológica.
Las discusiones en los partidos son tantas veces banales, centradas en cuestiones de pura imagen (qué sería de Iván Redondo en la Moncloa si la imagen no se hubiera convertido en la esencia de la estrategia política), que cuando alguien defiende tesis políticas no es posible mirar para otro lado. El problema para Casado reside en que al contestar a las propuestas de Cayetana se deshace la falacia de que la exportavoz representa a la derecha dura y radical, ya que planteó un gobierno de concentración constitucional presidido por Pedro Sánchez, una fórmula que la nueva dirección del PP, tan moderada y dialogante, no acepta ni como hipótesis de trabajo. Pablo Casado y Teodoro García Egea han ido modelando la organización del partido según sus propios intereses, como hacen siempre los máximos responsables de todos los partidos. Nadie quiere líos internos; la fidelidad a los jefes es el principal atributo para medrar en el grupo.
No sé si por descuido o por carecer de una solución convincente, parece que se olvidaron de Asturias. El PP asturiano no tiene presidente ni secretario general. Tampoco existe una comisión gestora, aunque se barajó la idea. Existe un evidente vacío de poder en una organización tan debilitada como experta en perder elecciones. Se han filtrado las más peregrinas disculpas para dilatar la provisionalidad. ¿Consideran en Madrid al PP asturiano como un caso perdido?