El acto preparado, con esmero, por Pedro Sánchez y los fontaneros de la Moncloa para iniciar el curso político se desarrolló tal y como lo habían concebido: escenario sobrio, público selecto y mensaje patriótico («España quiere y si España quiere, España puede»). Cuando están juntos «los de arriba», como decía el Pablo Iglesias treintañero, siempre hay armonía, la discrepancia se ve como sinónimo de mala urbanidad y el consenso brota espontáneamente, como las llamas del Pentecostés sobre las cabezas de los apóstoles para celebrar la unidad perdida en la construcción de la Torre de Babel (en nuestros días, la España autonómica). Quiero decir que fue un acto muy amable, en el que todos los invitados estaban de acuerdo con el presidente del Gobierno antes de que empezara a hablar. Muy poco representativo de la España que vemos cada día.

El mensaje de unidad sólo podía tener como destinatario al PP, ya que Vox no cuenta para el Gobierno, y gran parte del resto de partidos (ERC, PNV, Bildu, Nueva Canarias, Coalición Canaria, Compromís, BNG,) están dispuestos a permitir que haya presupuesto siempre que Pedro Sánchez les dé lo que piden para el pequeño trozo de mapa que representan, sin que les importe una higa el resto. La excepción es Ciudadanos, que aunque tiene sus propias reivindicaciones se mueve dentro de la lógica de los intereses generales. Todo esto es muy conocido, ya que el juego de fuerzas, tanto sea para aprobar los presupuestos generales del Estado, como para declarar el estado de alarma, se repite desde que Pedro Sánchez reside en el palacio de la Moncloa.