Lo más importante para el futuro de España, y de Asturias, no está en los millones de euros que nos toquen del fondo de reconstrucción ni del fondo para la transición justa. Tampoco reside en el resultado de las negociaciones de Pablo Iglesias con ERC y Bildu sobre los presupuestos del Estado. Ni en lo que ocurra en Cataluña al abandonar Torra la Generalitat, diez meses más tarde de que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña lo haya condenado por desobediencia. Ni en las fusiones bancarias. El futuro de España se juega sobre todo en el combate contra el coronavirus.
La escalada de la pandemia es un hecho. La curva no para de crecer. Como en primavera, lideramos el número de contagios por cada 100.000 habitantes en toda Europa, pero ahora también lideramos el número de muertes. Recuerdo un día de la primera semana de marzo que en Italia hubo 200 muertos. Me impactó leer la cifra. Cuatro semanas más tarde había 950 muertos en España.
A ritmo acelerado estamos regresando al drama de la primavera. La ocupación de camas en las UCI, la variable que llevó a Pedro Sánchez a declarar el estado de alarma, registra unas cifras preocupantes al estar más de la mitad ocupadas por infectados por la covid. En La Rioja la ocupación ya es del 90%, contando incluso las camas supletorias que se prepararon.
Asturias
Urge decir que de este panorama desolador se libra Asturias, al menos por ahora. Somos la única comunidad autónoma que tiene menos de 100 contagiados por cada 100.000 habitantes (77,9) y la única que tiene una tasa de infectados por el número de PCR realizadas por debajo del 5% (2,26%), tal como recomienda la OMS para tener controlada la pandemia.
No obstante hay dos factores inquietantes. En la mitad de las regiones cercanas a nosotros las cosas van mal, y en la otra mitad, van peor. La comunicación entre territorios quedó normalizada en verano, así que el virus puede viajar en tren, autobús, coche, bicicleta y autostop. El otro factor proviene de la cadencia numérica: miércoles, 71 nuevos contagios, récord; jueves 80 contagios, nuevo récord; viernes, 93 contagios; sábado, 96 contagios, último récord. Cada día se infectan más personas. ¿Será posible tener controlada la pandemia como hasta ahora con la apertura del curso escolar?
La nueva normalidad supuso todo un test para las comunidades autónomas. Torra y Urkullu insistieron machaconamente en que querían tener el mando en la lucha contra el virus. Utilizaban el argumento de que ellos conocían mucho mejor el terreno para gestionar la situación.
Al Gobierno le resultaba cada vez más difícil que el Congreso de los Diputados aprobara las prórrogas del estado de alarma, así que entre las ganas de unos por recuperar el mando y las prisas del otro por pasarles los trastos, la transmisión de poder no requirió de ceremonias.
Suspenso
Pronto las cosas se torcieron y en la segunda semana de julio el panorama ya era preocupante en Aragón, Cataluña, País Vasco y Galicia. Tras el San Fermín, Navarra se sumó al cuarteto anterior. Luego fue Murcia. Y al final, todas las comunidades autónomas, menos Asturias.
Los barones autonómicos aplicaron distintas recetas contra el virus, sin lograr espantarlo. Llama la atención la variedad de propuestas, incluso entre territorios colindantes. Tras la cortina de humo del ordenancismo, se descubrió que el rey estaba desnudo: pocos rastreadores, escasos PCR, nulo seguimiento de la gente, constantes conflictos judiciales.
Cuando se cumplen tres meses de la nueva normalidad, el suspenso autonómico en la gestión de la pandemia es generalizado, con la excepción del Principado. Tanto clamar por el autogobierno y la ampliación de competencias para fracasar ante el test objetivo del virus.
Ahora bien, desde la perspectiva política, el aspecto más subrayable del verano normalizado, no ha sido la incompetencia de los barones, tantas veces demostrada, sino el absentismo del Gobierno de España.
Inhibición
Ante la mayor emergencia sanitaria del último siglo, en medio del mayor hundimiento de la economía, el Gobierno se lava las manos y dice que la pandemia es un tema autonómico.
El Gobierno más intervencionista de Europa en primavera (confinamiento radical) se hace invisible en verano. De reclamar todas las competencias para el mando único, se pasa a la inhibición más absoluta.
Preguntado el pasado jueves por la situación sanitaria en Madrid, Salvador Illa, el otrora paladín del mando único, dijo: «hay que hacer lo que haga falta para controlar la situación en Madrid». Un ejemplo de compromiso, claridad y concreción.
En ningún país del mundo el gobierno delega en autoridades regionales o locales la gestión de la pandemia. La respuesta a un problema común a todo el territorio no se puede parcelar. No deben estar Castilla-la Mancha y Castilla y León sufriendo las consecuencias de la masiva transmisión comunitaria que tiene lugar en Madrid, sin que el Gobierno actúe. No es lógico que las decisiones de los gobiernos regionales sufran la dispar suerte de las impugnaciones judiciales, por carecer de respaldo jurídico. En la hora más grave de España (como decía Pedro Sánchez en primavera: «los días más difíciles de nuestras vidas») el Gobierno no puede estar ausente. La población alarmada y confusa no encuentra el respaldo del Estado.