Cuando se acaban de cumplir cien días de la «nueva normalidad» el balance es desastroso. Ningún otro país europeo presenta una estadística tan negativa de contagios y muertes por cada 100.000 habitantes. En la primera escalada, meses de marzo y abril, España imitaba la curva de Italia, dos naciones con un sector turístico muy potente que sufrían las consecuencias de no haber controlado la entrada de extranjeros. En la segunda, no hay argumentos que justifiquen la impotencia ante la expansión de la pandemia.
Las dos escaladas contienen elementos paradójicos. España llegó a superar a Italia como país enfermo de Europa, mientras toda la población soportaba un radical confinamiento. En ningún país estuvieron las calles tan vacías y hubo tantos centros de trabajo cerrados y, sin embargo, teníamos más muertos.
En esta segunda escalada, el elemento diferencial son las mascarillas. No hay otra población tan embozada como la española, sin que esa práctica profiláctica evite el liderazgo en contagios. ¿Qué está pasando con las mascarillas? El otro día uno de los principales canales de televisión hacía un estudio donde demostraba que un matrimonio con dos hijos se gastaba 115 euros al mes en mascarillas.
Con ese dato ya está todo dicho. En vez de desechar la mascarilla a las cuatro horas de uso, el mismo ejemplar de fibra azul tapa boca y nariz durante una semana entera. O dos. ¿Para qué sale la gente con mascarilla a la calle? Respuesta: para evitar la multa.
La segunda escalada es muy preocupante por los miles de muertos, por las decenas de miles de contagios, por el impacto que produce en la economía española y, por último, por el daño que causa en la marca España.
La imagen de país ingobernable, con una población caprichosa e irresponsable, nos perjudica seriamente. Como todo lo que ocurre aquí se conoce fuera, una de las conclusiones que sacan nuestros socios es que tenemos una clase política tóxica. Pruebas no faltan.
La responsabilidad de la situación recae sobre todos, pero con distintos grados. Como dice Rajoy, «los que están más arriba son más responsables».
Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, los cambios de estrategia del Gobierno central han sido determinantes para explicar el desastre.
Estrategias
En marzo nos dijeron que había que declarar el estado de alarma para confinar a toda la población. El estado de alarma solo lo puede aprobar el Congreso de los Diputados a petición del Gobierno. El estado alarma llevaba asociado un mando único reducido. Tan reducido que hasta Pablo Iglesias temió quedar excluido.
Cuando crecieron las reticencias a prolongar el estado de alarma, el Gobierno se olvidó de las reglas que había aprobado para la desescalada y dio aprobado general a todas las comunidades autónomas, aunque alguna solo estuvo un día en la última fase de la desescalada. Una chapuza. De aquellos polvos, estos lodos.
Con el inicio de la nueva normalidad, el Gobierno abandonó la escena. Nueva doctrina: como la sanidad es competencia de las comunidades autónomas, el Gobierno no tiene nada que decir. Los gobiernos regionales empezaron a tomar medidas coactivas sobre los ciudadanos dando paso a una doctrina cambiante por parte de los jueces. El embrollo fue monumental. Los barones autonómicos legalizaron las ‘no fiestas’ de verano. El ‘no San Fermín’ ha servido para contagiar a toda Navarra. Tres meses más tarde todavía hay llamas. En síntesis: pasamos del Gobierno autoritario a la ausencia del Gobierno.
En los últimos días, en plena ofensiva sobre la comunidad autónoma de Madrid, el Gobierno saca a relucir una olvidada Ley del Sector Público que le permite maniatar al Ejecutivo autonómico y confinar a los vecinos sin declarar el estado de alarma.
Vuelta al Gobierno autoritario. Para tomar medidas extraordinarias, Salvador Illa no necesita apoyarse en leyes pensadas para situaciones excepcionales. Él solito se basta para cerrar Madrid. Nadie entiende nada.
Esta forma de reducir la legalidad a plastilina para convencer al personal de que el Gobierno puede hacer de todo o inhibirse de todo, sirve para burlar al centro-derecha, pero provoca confusión social y escepticismo. En Vallecas, zona cero de la pandemia en Europa, sólo acudían a las pruebas de PCR entre un 10% y un 30% de la población convocada.
Vienen semanas muy duras, dicen desde el Gobierno. Habrá que poner la ropa de marzo.
Asturias
Dentro de este panorama general, Asturias fue la excepción. La única región que expulsó al virus durante más de tres semanas. El sector turístico vivió un verano de antigua normalidad. El nulo protagonismo del orbayu colaboró en la tregua. Nunca fue tan cierto el slogan del paraíso natural.
El 31 de julio registrábamos 7,2 contagios en los últimos catorce días por cada 100.000 habitantes. Un mes más tarde ya estábamos en 45,2 infectados. A partir de aquí cambió el decorado. El 25 de septiembre la ratio se había elevado a 111,5 infectados y el 1 de octubre se puso en 123.
Mientras crecía la curva, algunas regiones que estaban algo peor la han doblegado: Valencia, Galicia, Canarias, Cantabria. Habrá que tomar medidas.