Rajoy dio a conocer un comunicado en el que reivindica la limpieza de su pasado político. Tomando como punto de apoyo la sentencia del Tribunal Supremo sobre la trama ‘Gürtel’, afirma que la moción de censura que lo apeó del poder estaba basada en una «enorme manipulación de la sentencia». Algo parecido manifestó en el debate de la moción. La sentencia condena a dirigentes del PP y obliga al partido a devolver dinero recibido a través de la banda ilegal de Correa, pero concluye que «no puede afirmarse la autoría del partido en delitos de corrupción».
Durante el debate en el Congreso de los Diputados estaba meridianamente claro que la izquierda utilizaba la sentencia como David la honda y la piedra para tumbar a Goliat. No obstante, si Rajoy quiere reflexionar sobre el pasado, debería ampliar el campo de reflexión en dos direcciones. Veamos. Desde que la opinión pública conoció los papeles de Bárcenas, febrero de 2013, la sombra de la corrupción envolvió a su Gobierno, sin que ningún portavoz del mismo pudiera dar una explicación mínimamente verosímil sobre los apuntes realizados de puño y letra por el mismísimo tesorero del PP. En los papeles aparecen aportaciones dinerarias de empresas a la caja del partido y cobros de dirigentes del PP o de siglas que coinciden con los nombres de los dirigentes. Este asunto está siendo instruido en la Audiencia Nacional. Quiero decir que el comunicado de Rajoy es cierto, porque se circunscribe a un asunto concreto, pero el capítulo de la corrupción del PP no se agota en el primer juicio sobre la trama Gürtel. Es importante tener en cuenta esto porque las valoraciones políticas que llevaron a presentar la moción de censura van más allá de la literalidad de las sentencias judiciales.
La moción se activó a partir de la sentencia de la Audiencia Nacional, pero logró su objetivo a través de una mayoría parlamentaria que volvió a vertebrarse en la votación de investidura de Pedro Sánchez de enero de 2020, casi dos años más tarde. Quiero decir que la sentencia de la Audiencia Nacional fue una disculpa. El elemento sustancial que propició el cambio de escenario político fue la convergencia de un frente antiPP (PSOE, Unidas Podemos y nacionalistas) que se acabó de armar con la pasividad del Gobierno ante el desastre de Cataluña y los casos de corrupción. La gran dificultad de Rajoy para ser investido tras ganar dos elecciones en seis meses fue un aviso de lo que iba a pasar. Solo faltaba la llamada por teléfono de Andoni Ortuzar a Rajoy.