Hasta donde llega mi memoria, es la primera vez que en la tramitación y aprobación de los Presupuestos Generales del Estado lo de menos son las cifras. No lo digo por la inconsistencia de las partidas, donde aparece una recaudación fiscal inalcanzable y una entrada de fondos europeos imaginativa, sino porque son más importantes las consecuencias políticas que el reparto de subvenciones en todas las direcciones: cuando menos recursos propios hay, más reparten.
Tras el fracaso del año 2019, cuando el proyecto de cuentas del Gobierno socialista no superó la votación de las enmiendas a la totalidad y hubo que convocar elecciones generales, el intento por tener unos presupuestos propios tras gobernar dos años y medio con las partidas de Mariano Rajoy resulta vital.
Mayoría
La aprobación de los presupuestos remite a preguntarse por la mayoría parlamentaria que lo sustenta. Un asunto de gran importancia que supo entender mejor que nadie Pablo Iglesias. De la mayoría parlamentaria que se forme depende la orientación política del Gobierno y la propia correlación de fuerzas dentro del Ejecutivo.
De las urnas salieron 120 diputados socialistas y 35 ‘podemitas’. Una coalición muy descompensada, que el líder morado trata de reequilibrar por la vía de los aliados. Atraer al centro de las decisiones políticas a ERC o Bildu supone una ganancia de músculo político para Iglesias. Al festejar el apoyo de Bildu, el vicepresidente segundo invitó a los herederos del terrorismo a implicarse en la «dirección del Estado».
Una operación que tendrá próximos capítulos con los desorientados seguidores de Puigdemont o Laura Borràs, BNG, Nueva Canarias, Compromís, etcétera. Los nacionalistas son la única familia ideológica en alza en todos los procesos electorales que se celebran en España. No sé lo que sucederá mañana, pero hoy por hoy es así.
A ello hay que añadir otro hecho; los nacionalistas, aunque sean religiosos y conservadores, no quieren saber nada con la derecha española. Hace treinta años, esa afirmación era matizable, pero en el presente es la principal baza de la izquierda para poder gobernar.
El debate de los presupuestos lo aprovecharon Bildu y ERC para sacar ventajas políticas, que es lo único que les puede garantizar Iglesias. A diferencia del PNV o de la antigua Convergència i Unió, Bildu y ERC no están interesados en infraestructuras o subvenciones agrarias, sino en saltarse la legalidad constitucional para gozar de la patria independiente y monolingüe.
Esto fue un rasgo muy importante para que la negociación de los presupuestos se haya planteado desde premisas rigurosamente políticas, carentes de sustancia económica.
Para lograr el cierre de filas con el proyecto de presupuestos el Gobierno tuvo que pagar peajes políticos, como el acercamiento de presos o la nueva definición del castellano que ha perdido la categoría de lengua oficial del Estado y resulta tan inconsistente y escasamente hablada que no sirve para utilizar en las aulas de colegios e institutos.
Hablando de peajes políticos, toca hablar ya de Bildu, que pasó de ser un partido antisistema, creado bajo la supuesta épica del terrorismo etarra, a convertirse en un aliado estratégico del Gobierno. Bildu ha quedado homologado como partido inequívocamente democrático.
Dar la credencial de aliado del Gobierno a Bildu no es una opción ideológica o política arriesgada, es un cargo de conciencia para todo aquel que defienda los derechos humanos y desee el progreso de España. Hay que tener epidermis de elefante para negar la palabra a Vox y gobernar con Bildu.
Para que el proyecto de Iglesias sea consistente es preciso volar los puentes con el centro y la derecha. Dejar al PSOE sin plan alternativo. Eso se logra a base de polarizar e ideologizar el debate político, sin tregua.
Arrimadas
El apoyo de Bildu a los presupuestos fue comunicado por Otegi; el portavoz bildutarra en la Cámara vasca, Arkaitz Rodríguez, declaró que «nosotros vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen». Toda esa sobreactuación no tenía otro objetivo que impedir el apoyo de Ciudadanos a los presupuestos.
Arrimadas y los diez diputados de Ciudadanos doblan los escaños de Bildu, así que para impedir que el partido naranja recupere a Sánchez para la política convencional, lo mejor es confeccionar un guión de miedo, impugnando el castellano, persiguiendo la enseñanza concertada, permitiendo a los alumnos aprobar el curso con todas las asignaturas suspensas, etcétera.
Un plan bien urdido por Iglesias, ya que si Arrimadas da el visto bueno a tanto disparate queda totalmente desautorizada. Labró todo su capital político enfrentándose a los nacionalistas en Cataluña, así que no puede arrimarse a un proyecto que daña.
Iglesias se ha servido de los presupuestos para hacer más consistente la mayoría de la investidura. Lo más inquietante de la operación reside en que el vicepresidente segundo da estabilidad al Gobierno haciendo inestable al Estado.
Otro día habrá que hablar del PSOE, porque aunque no está ante el mismo dilema que Arrimadas, tampoco puede caer en la frivolidad de creer que la alianza con Rufián y Otegi hace feliz a todo su electorado.