El acuerdo entre el Gobierno y ERC de armonizar la presión fiscal para terminar con el supuesto paraíso fiscal de Madrid ha originado el efecto dominó en el pelotón autonómico. Los gobiernos de Asturias, Valencia, Aragón, CastillaLa Mancha, Extremadura y Cantabria cierran filas con la propuesta, mientras que los del PP consideran que es un ataque a la libertad. Entre unos y otros se sitúa la Xunta de Galicia, con Feijóo encabezando una imposible tercera vía, al ver con buenos ojos la armonización siempre que no cercene la autonomía de cada región para escoger la dieta fiscal que considere más oportuna.
En la Junta General del Principado ocurre algo parecido, las tres izquierdas (PSOE, Podemos e IU) ven bien forzar a Madrid a suprimir las bonificaciones –el Impuesto de Patrimonio, por ejemplo, está bonificado al 100%, lo que significa que nadie paga por el valor de sus bienes, sea cual sea la cuantía-, mientras que el PP rechaza ese planteamiento; Vox acepta la armonización si se traduce en bajar impuestos; Ciudadanos no discrepa rotundamente, pero deplora que la polémica provenga de una exigencia de ERC al Gobierno de Pedro Sánchez.
Es difícil que se desarrolle un debate racional. Se parte de apriorismos y la mayoría de los políticos tienen un conocimiento epidérmico de la materia. El argumentario de partido está preparado, pero este asunto es demasiado importante para reducirlo a una batalla de frases ocurrentes. Los impuestos constituyen una de los temas más impregnados de ideología, y en una España polarizada se convierten en munición contra el enemigo. La experiencia enseña que en materia fiscal los planteamientos pragmáticos son los que más redundan en el crecimiento económico y el bienestar de la sociedad. Convertir los impuestos en una condena para los ricos suele traer más penuria para los pobres. Obsesionarse con tener la presión fiscal más baja del mundo sólo sirve para tener un Estado ineficaz. Los impuestos no pueden impedir el dinamismo de la sociedad, ni la bajada de impuestos es, por si misma, la receta para cualquier coyuntura económica. Veremos en que queda la armonización fiscal cuando se plantee en términos concretos, pero ya podemos avanzar que la igualación de los tipos impositivos entre regiones no tiene por qué significar más recursos para las comunidades pobres. ERC difícilmente puede dar lecciones, cuando Cataluña es la comunidad con más impuestos propios de España y tiene el doble de déficit que Madrid.