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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LOS MUERTOS DE LA FIESTA

La pandemia está en máximos: 40.197 casos en España, en un día, y 356 en Asturias. Seguimos escalando por la curva, como decía Simón en primavera, una terminología que el ‘think tank’ de Moncloa ha retirado del discurso oficial. Las cifras altas provocan tensiones entre el Gobierno central y los autonómicos; se improvisan remedios cada día y nada funciona. Lo mismo pasaba a finales de marzo, pero entonces había una apuesta decidida por la estrategia del confinamiento domiciliario que salvó a las UCI del colapso y hundió la economía. La reclusión duró 99 días, si bien el último mes se estableció una salida a la calle ordenada por franjas horarias y rangos de edad. La sorpresa, la falta de antecedentes, fue el argumento esgrimido para justificar el desastre sanitario y económico de la primera ola.

Noviembre

La segunda ola nació a las pocas semanas de recuperar la movilidad. Asturias fue la gran excepción como territorio libre de virus durante más de tres semanas. En otoño la cosa se puso fea; noviembre fue un mes implacable con 538 muertos por coronavirus en Asturias, más del 50% de todos los habidos en la región durante la pandemia. Si habíamos aprendido algo de la primera ola, a esas alturas del año ya lo habíamos olvidado. La gran novedad de la segunda ola fue la retirada del Gobierno central, dejando en manos de las comunidades autónomas la lucha contra el virus. Un caso de inhibición sin parangón en el ancho mundo.

Durante la primera ola los presidentes autonómicos recelaban del poder que había asumido Pedro Sánchez, pero el 22 de junio hubo cambio de estrategia y la responsabilidad quedó en manos de los jefes autonómicos que, por no tener, no tienen ni Policía propia. La pluralidad autonómica dio paso a diecisiete estrategias diferentes sin que ninguna obtuviese resultados positivos. El Gobierno central solo adquirió protagonismo para confrontar con la Comunidad de Madrid y para impedir la repetición del confinamiento domiciliario. Adrián Barbón lo solicitó para Asturias, pero Salvador Illa lo rechazó sin explicaciones: «No es necesario». Lo que sucedió a continuación es increíble.

Increíble

A partir del 25 de noviembre se empezó a hablar en comunicaciones oficiales, ruedas de prensa y tertulias sobre cómo iba a ser la Navidad. Pronto el debate se concretó en el número de comensales que se podían juntar en la misma mesa para celebrar la Nochebuena. ¿Seis o diez? ¿Quizás ocho? ¿Provenientes de una tribu o de dos? ¿Los niños cuentan como comensales? ¿Pueden venir familiares de otras provincias? ¿Y si viajan desde el extranjero con acreditación de PCR? Ante tal bosque de interrogantes, Illa, una persona gris y reservada, hizo su única aportación como ministro a la lucha contra la pandemia: «Los allegados pueden sentarse a la mesa». ¿Qué es un allegado? Después de oír a unos y otros, saqué como conclusión que un allegado es un afectado. Digo yo.

La Nochebuena se convirtió en tema de Estado y, para que nadie sufriera la terrible pena de cenar en soledad, se ofreció un servicio de mediación para juntar a dos solitarios ante el mismo mantel. De esa forma, los únicos que estaban seguros de no contagiarse en Nochebuena pasaron a integrarse en una categoría de riesgo. No es asumible que después de diez meses de pandemia, la irresponsabilidad, la fiesta fácil, la melancolía del calendario, el mítico compás 4/4 del villancico, el pringue de los langostinos, el enésimo brindis por nada, fuera argumento suficiente para dar luz verde a una tercera ola con miles de muertos. Entre la cena inolvidable, la comida de Navidad, las uvas acampanadas y el híper de los Reyes Magos nos han traído hasta aquí.

La responsabilidad social es inmensa porque, después de un año luctuoso, se pusieron los cimientos para profundizar en la tragedia. Ahora bien, qué decir del Gobierno. El epidemiólogo oficial opinaba el otro día que la gente estaba advertida. La gente también está advertida de que no se puede robar, pero resulta que cuando un camión queda bloqueado en la nieve con 20.000 kilos de comida, «una multitud» destroza la puerta trasera, abre las cámaras frigoríficas y se apropia de toda la mercancía que iba para un mercado de Moratalaz.

El asunto es qué hizo el Gobierno, qué medidas tomó, por qué se inhibió. Por qué permitió que la torre de Babel de las 17 autonomías gestionara el proceso tras el desastre de la segunda ola. Estaba cantado lo que iba a pasar, desde el momento en que el debate nacional se centró en la famosa mesa de la Nochebuena. Es difícil encontrar un ejemplo de dejación de responsabilidad tan grande por parte de un Gobierno.

Vacunas

De las vísperas trágicas quiero rescatar una frase de Rafael Cofiño, director general de Salud Pública del Principado: «La mejor forma de celebrar estas Navidades es no celebrarlas». Ojalá hubiera sido ese el lema de Salvador Illa. Nada garantiza que no levantemos más olas. La esperanza está puesta en las vacunas, pero no nos hagamos trampas. Es cuestión de echar números. En Asturias, que es la tercera región en actuar con más diligencia, en 19 días se han puesto 31.247 vacunas. Como cada persona necesita dos dosis, habrá que poner 2.036.000. Al actual ritmo no superaremos las 600.000 vacunas, así que la mayor parte de la población tendrá que confiar en las prácticas virtuosas: mascarilla, distancia personal, cenas de pocas sillas.

Estaba cantado lo que iba a pasar desde que el debate se centró en la mesa navideña

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por JUAN NEIRA

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