« No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y el otro en Bruselas». La frase pronunciada por un vicepresidente del Gobierno de España es insólita. No tiene precedentes en la historia de nuestro país. Denigrar de una forma tan rotunda nuestra democracia cuando se está en la cúpula del poder político resulta tan contradictorio como escandaloso. No es la primera vez que el vicepresidente Iglesias blanquea las figuras de los líderes independentistas, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, ya que tan solo hace unas pocas semanas comparó a ambos personajes con los exiliados españoles tras la guerra civil. Una afirmación que hizo correr ríos de tinta.
Lo más sencillo es demostrar la falsedad de la frase. Es tan disparatado considerar que tenemos un sistema democrático imperfecto porque Junqueras cumpla con una pena de cárcel y Puigdemont esté en Waterloo que cabría decir que la democracia española sería imperfecta si los dos estuviesen paseando por Las Ramblas. Uno está en presidio por haber cometido flagrantes delitos, como quedó acreditado en sentencia del Tribunal Supremo, y el otro está perseguido por la Justicia y acusado de graves delitos que están penados con cárcel. Liderar partidos políticos no es un burladero para sustraerse a la actuación de la Justicia. Toda la vida criticando los regímenes de aforamiento que protegen a los cargos públicos, como para llegar ahora, dar un salto cualitativo y dejarlos definitivamente blindados ante el Código Penal.
Iglesias sabe perfectamente que si los principales responsables de un länder declaran unilateralmente la independencia de su territorio de la República Federal de Alemania, tras desoír el criterio de los servicios jurídicos de la institución y despreciando un auto del Tribunal Constitucional, son detenidos por la Policía y puestos a disposición de un juez. Posteriormente, un tribunal los juzga y al coincidir su conducta con determinados tipos penales dan con sus huesos en prisión. En cualquier país democrático atentar contra el orden constitucional se castiga con duras penas. Como tantas veces se dijo, Junqueras no es un preso político, es un político preso. Como también lo sería si hubiese pegado a su mujer. Lo más difícil es explicar que un personaje como Iglesias sea vicepresidente, y que la portavoz del Ejecutivo lo disculpe diciendo que estamos en campaña electoral.