Los comicios del 4 de mayo en Madrid tienen más el aire de unas elecciones generales que de una cita autonómica, por la importancia del territorio (el más rico de España y el tercero más poblado, amén del emblema de la capitalidad), por el enfrentamiento que sostiene con el Gobierno central, por el cruce de discursos ideológicos, por ser el buque insignia del principal partido de la oposición, y por la personalidad de los candidatos a presidente.
En primera lectura, una victoria de Díaz Ayuso, reteniendo el Gobierno para una coalición de PP y Vox (el triunfo por mayoría absoluta de Ayuso no pasa de ser un bello deseo) tendría el mismo efecto que la victoria de las derechas en Andalucía en diciembre de 2018, al dar la iniciativa política a esa parte del espectro político, después de haber estado en manos de la izquierda desde las primeras elecciones generales que ganó Pedro Sánchez. La victoria de Ayuso sería la peor noticia para el presidente del Gobierno desde que se instaló en la Moncloa.
¿Un cambio de ciclo a escala estatal? No digo tanto, pero si la recuperación de la iniciativa política algo de lo que ha carecido en los últimos tiempos. Si el órdago de la disolución de la Asamblea resulta fallido y vuelve la izquierda al poder, la estrella de Ayuso se apagaría, el PP quedaría debilitado y la derecha tan dividida como ahora, pero más confundida.
EL PULSO
En primera instancia lo que se dirime es el pulso desnudo entre la derecha y la izquierda, con Ayuso en papel estelar. El resultado dará para más lecturas. En el campo de la derecha está en juego la viabilidad de Ciudadanos como partido político. De las urnas puede salir muerto, si no logra representación parlamentaria, o vivo con respiración asistida.
La concentración de votos en la actual presidenta y el buen resultado que saca Vox en todos los comicios inducen a pensar que el centro-derecha será cosa de dos. Veremos qué conclusiones saca Arrimadas.
El desembarco de Pablo Iglesias en la batalla, cuando nadie lo esperaba -ni se lo pedía-, añade electricidad a la cita. El espacio de la izquierda del PSOE estará muy disputado, dando a Errejón la posibilidad de beber la copa de la venganza.
Habrá que ver si tiene más diputados el PSOE o la suma de los dos grupos a su izquierda. Digo esto porque en Asturias, en 2015, tuvieron tantos escaños Podemos e IU juntos, como el PSOE de Javier Fernández, que era una especie de Gabilondo, pero sin el glamour de la cátedra.
IGLESIAS
La presencia de Iglesias moviliza al electorado de la izquierda, pero en caso de derrota le da una dimensión nacional al fracaso. Los comicios constituyen un test personal sobre el hiperlíder, del que puede salir hundido o encumbrado.
La campaña electoral va a girar en torno al pulso Ayuso-Iglesias provocando una polarización que favorece a ambos. Gabilondo ejercerá de Illa. Las continuas referencias a la “derecha criminal” del líder morado constituyen la ruptura de todos los códigos de convivencia. Las hace el mismo político que se indignaba cuando le decían que pertenecía a la aristocracia del crimen político.
Por debajo de las palabras gruesas, los madrileños podrán escoger entre dos modelos de gestión. El modo de gobernar de Ayuso, reconocible en tiempos de normalidad y de pandemia, bien sea por tener los impuestos más bajos de España, o por dejar trabajar a hosteleros y comerciantes entre las olas del virus.
La izquierda madrileña representa lo contrario: quiere subir la presión fiscal y propone restricciones a algunas actividades económicas para evitar la expansión de la pandemia. Antes decía que una victoria de Ayuso sería la peor noticia para Pedro Sánchez, pero tampoco sería la mejor nueva para Pablo Casado.
PP
El PP saldría reforzado, pero su máximo líder quedaría cuestionado. Las comparaciones brotarían solas: ¿por qué gana los comicios Isabel y los pierde Pablo? La estrategia de Casado, fijada en la moción de censura presentada por Vox contra el presidente Sánchez, quedaría rebatida. En aquella ocasión Casado hizo un ejercicio tan brillante como suicida: ruptura con Abascal y reubicación en el centro político.
La izquierda recibió entusiasmada sus palabras, porque sabe que sin el concurso de Vox –tercer partido parlamentario español- no tiene forma de gobernar Casado. Al igual que Sánchez necesita entenderse con Unidas Podemos para ser presidente. Parece de libro pero el centrismo obnubila a todos los políticos de derechas que pierden elecciones. A los de izquierda no les ocurre nunca, ya están centrados, por definición.
Ayuso considera a Vox como un partido más del espectro de la derecha, al igual que Ciudadanos. No tiene ningún problema en formar mayoría parlamentaria con Vox. Un hipotético triunfo de la lideresa dejaría en papel mojado el discurso y la estrategia de Casado. Hace un mes renunciaba a la sede de Génova, de qué se despojaría tras un 4 de mayo victorioso para Ayuso. Si quería rebajar el perfil ideológico para atraer a todo el centro-derecha a la casa del PP, se encontraría con que un discurso sin concesiones es más eficaz para agrupar el voto.
Estoy seguro que la derecha asturiana, tan “casadista”, pondría a Ayuso de modelo para atacar a Barbón. Suerte la del presidente del Principado que no hay copias en nuestra Cámara autonómica.