En los dos años de legislatura los mayores reveses para Asturias los propició la vicepresidenta del Gobierno de España, Teresa Ribera. Desde su fe ecologista causó más daño a la industria asturiana que cualquier gobierno anterior. Por ello, la preocupación por el sector secundario es compartida por todos los asturianos. El Principado maniobra como puede entre continuos desaires de la vicepresidenta, respaldada por un presidente consentidor. Ante la frustración que provoca chocar contra una pared hay grupos políticos y líderes sindicales que culpan al consejero de Industria, Enrique Fernández, de la situación. Tendrán muchos datos y sabrán contar jugosas anécdotas en apoyo a su tesis, pero creo que cualquier político asturiano que estuviera al frente de la Consejería de Industria, durante estos dos últimos años, no hubiera podido evitar que la vicepresidenta pusiera al borde del abismo al núcleo duro de nuestro sector industrial. Lo demás son cuentos que sólo merecen ser escritos en letra pequeña.
Sin que haya tenido ninguna influencia el Gobierno central, el balance de la Consejería de Educación a mitad de mandato es insatisfactorio. Vaya por delante que no es un cometido fácil estar al frente de ese departamento, porque toda la Administración está muy sindicalizada y en el caso de la educación el poder sindical deviene en poder fáctico. Carmen Suárez siempre contó con la animadversión de FETE-UGT, no por razones sindicales, sino como fruto de las tensiones entre distintas corrientes del socialismo asturiano. Mal asunto cuando ocupas un puesto que alguien considera que le corresponde. La consejera está muy versada en feminismo, pero no tienen padrinos políticos ni cuenta con indios que la defiendan. En la Asturias de los aparatos no cabe ser ingenuo. No quisiera describirla como víctima porque ella y su equipo han cometidos errores de bulto. Tan inútiles para gestionar un final de curso online como para iniciar otro presencial.
Ya que hablamos de educación, digamos que echo en falta -desde hace una década- que haya unos responsables a la altura del reto ante el que nos encontramos que puede resumirse en unos estudios sin empleabilidad, mientras el empleo que se demanda carece de estudios. Ante esta gigantesca contradicción se ha optado por rebajar contenidos y exigencias, un lujo que sólo se pudieron permitir Adán y Eva. No nos podemos dejar arrastrar por la demagogia de Isabel Celaá. El Principado tiene que apoyarse en otro guion.