Ángela Vallina tiene ideas claras, ahora hace falta que sean acertadas. En el ecuador del mandato Vallina se mantiene fiel al pacto con el PSOE. No hace un balance crítico de la gestión de Barbón ni pide cuentas por el desastre en educación. Responde a la tradición de la IU asturiana: ser comprensivos con los socialistas sin exigir reciprocidad. Toda regla tiene su excepción: el consejero de Industria. Sin comerlo ni beberlo, Enrique Fernández es la bestia negra de IU. Vallina amenaza con pedir su relevo por “una persona que vaya a Madrid, que haga política, que se vea con la ministra, que defienda a los intereses de Asturias”.
Los problemas causados por el Gobierno a la industria son tan grandes que no están en manos de ningún consejero resolverlos. La industria electrointensiva es un tema de Estado, y como tal trata de abordarlo el presidente del Principado, sin fortuna hasta el momento, porque en Madrid hay un consenso contra la industria básica porque expulsa mucho CO2. Creer que eso se remedia yendo a Madrid y hablando con la ministra es no conocer la dimensión del problema. Entiendo que convertir a Enrique Fernández en el malo de la película pueda darle algún dividendo a IU, pero no pasa de ser una anécdota.
Vallina considera que el partido morado no defiende la industria asturiana y confía en arreglar el problema con Yolanda Díaz, porque “dicen que será la que coordine el grupo parlamentario de Unidas Podemos”. Una vicepresidenta del Gobierno coordinando un grupo parlamentario no deja de ser otra manera de certificar la muerte de Montesquieu. No tiene poca tarea la ministra de Trabajo como para meterse en el avispero de ese grupo parlamentario. Vallina quiere jugar el papel de todo buen consejero de Industria: ir a Madrid, hablar con la vicepresidenta (exmilitante de IU) y resolver las cosas. Casi tan difícil como aprender bable después de los sesenta años.