Miquel Iceta, ministro de Política Territorial y Función Pública, va a solucionar de un brochazo el endémico problema de la interinidad en la función pública. Es un tipo histriónico y controvertido, pero experto en política. Lo califico de experto porque sabe más de política que todos los ministros de Pedro Sánchez juntos, una vez que Borrell ya no forma parte del Ejecutivo. Por cierto, se dice que va ser el nuevo portavoz del Gobierno, entonces podremos comparar y ver que sus antecesoras eran un par de incapaces (Celaá, Montero).
Iceta abordó el grave problema de la interinidad negociando con los sindicatos, porque en el funcionariado hay un porcentaje de afiliación sindical propio del antiguo sector industrial, así que nada sale adelante sin la complicidad de los líderes sindicales. Las medidas a aplicar se negociaron también con los gobiernos regionales y ayuntamientos, pero en ese nivel de interlocución hay una identidad de planteamientos sobre la cuestión de la interinidad. La fórmula que se va a aplicar es tan contundente como transgresora: concurso-oposición, donde en la fase de concurso los años trabajados será el factor con mayor puntuación, y con unos exámenes definidos como prácticos, por no llamarlos directamente fáciles, y adornados de una cualidad interesante: no serán eliminatorios. Se compensan las notas. Resultado: los interinos pasarán en bloque a ser funcionarios con plaza en propiedad. Los opositores que no sean interinos harán el papel de los comprimarios en la ópera. La fórmula no guarda un mínimo de equidad, por eso es transgresora, pero es resolutiva como corresponde a un político de raza. Un problema menos para Sánchez. Dejo para otra ocasión un análisis más en profundidad, porque el futuro de la función pública en Europa no pasa por un vínculo insoluble e inamovible con la Administración hasta el día de la jubilación.