La pandemia está en temporada de récords. La gráfica de los contagios dibuja una curva asintótica, apuntando hacia el cielo. En Asturias, de los 475 contagios de la víspera hemos pasado a los 611. Se realizaron 3.455 test, registrándose una positividad del 18.05%. Como ha dicho Miguel Sebastián, ministro en el Gobierno de Zapatero, si no fuese por las vacunas, con las actuales cifras estaríamos en confinamiento domiciliario. Ante un cuadro tan preocupante no se toman medidas restrictivas. Lo que antes eran remedios obligados se han convertido en actuaciones superfluas. No es necesario el toque de queda, ni los cierres perimetrales, ni la prohibición de consumir en locales cerrados ni tiene sentido usar mascarilla. La pandemia se propaga como nunca, pero las decisiones de antaño han quedado oficialmente desfasadas. Al parecer, los infectados de antes no tienen nada que ver con los contagios de ahora. Como la vacunación avanza, los contagios se deben relativizar. Los virólogos dicen otra cosa.
Por raro que parezca, la filosofía gubernamental lleva a tomar medidas para no tener que tomar medidas. Me explico. Se cambian los criterios por los que un municipio es declarado “4+” y así no hay que aplicar las actuaciones inherentes a ese nivel de riesgo. Llanes tiene el nivel de contagios calificado de 4+, pero como la ocupación hospitalaria no llega a ser de riesgo medio, hay licencia para prolongar la fiesta. Ya vimos cómo el otoño pasado se adaptaron los indicadores para que Navarra quedara excluida del cerco organizado en torno a la comunidad autónoma de Ayuso. Una política que guarda un cierto paralelismo con los versos de Benedetti, “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, nos cambiaron todas las preguntas”. Lo digo por la perplejidad que causa.
Lo lógico hubiera sido acompañar la campaña de vacunación con una política activa en pos de evitar los contagios, así se minimizarían los daños. Sin embargo se optó por suprimir las restricciones, aún a sabiendas de que la pandemia rebrotaría con más fuerza que nunca, como ha ocurrido. Los estrategas del poder van a ser víctimas del escenario que ellos mismos han dibujado: se acercan las fechas centrales del verano, cuando el sector turístico hace caja para todo el año, mientras el virus se propaga para espanto de los turistas. Dudo que Pedro Sánchez y el resto de presidentes socialistas aguanten el pulso. Digerido el chuletón tocará aplicar en julio las medidas que demandaba junio.