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Juan Neira

LARGO DE CAFE

RELEVO TARDÍO

Desde que alcanza mi memoria no recuerdo otro cese más esperado que el de Carmen Suárez, consejera de Educación del Principado. Todo el mundo sabía que tenía los días contados. En la primera semana de octubre, una dirigente socialista me dijo que a principios de este año la consejera sería cesada. Aunque la formalidad de la destitución se retrasó unos meses, Carmen Suárez ya estaba desde entonces en funciones, como ocurre a cualquier miembro de un gobierno cuando sabe que no cuenta con la confianza de su presidente.

Su sucesora, Lydia Espina, fue nombrada directora general de Planificación e Infraestructuras Educativas el 12 de febrero. Desde entonces desarrolló una intensa actividad, visitando colegios e institutos, reuniéndose con grupos, dando mucha información a los equipos directivos de los centros, etc. Un despliegue de trabajo desconocido en los anteriores responsables de la dirección general. A los ojos de todos, desde el primer día actuó como consejera Educación “in pectore”.

Cuando un presidente cesa a un consejero de forma aislada, no dentro de una amplia remodelación del gabinete, la causa del relevo puede deberse a tres motivos: dimisión del interesado, diferencias entre presidente y consejero que se solventan con la destitución del consejero, o cese por los errores cometidos.  En esta ocasión, el tercer motivo es el que ha llevado al relevo en la Consejería de Educación.

Más allá de las críticas de los sindicatos o de las descalificaciones de los grupos de la oposición que trataron de reprobarla en dos ocasiones en la Cámara, el crédito político de Carmen Suárez quedó agotado con la gestión realizada desde la primera declaración del estado de alarma, cuando se interrumpió la enseñanza presencial.

FALLOS

A partir de entonces las principales actuaciones tuvieron retrasos o defectos. La confirmación de matrícula se realizó en julio, un mes más tarde de lo acostumbrado. El plan de contingencia ante la pandemia tuvo un contenido teórico, cuando los equipos directivos necesitaban respuestas prácticas (funcionamiento de grupos burbuja, organización de comedores, horarios y recorridos, etcétera).

Lo más llamativo fue lo sucedido con la circular de inicio de curso, que es la hoja de ruta para el año escolar. Normalmente se manda a los centros a finales de julio o principios de agosto. Pues bien, pese a la importancia que cobraba en un contexto tan excepcional, no llegó a los centros hasta el 10 de septiembre.

Al día siguiente dimitió Ana Isabel López, directora general de Planificación, la persona encargada de preparar el retorno a las aulas. Quedó evidenciado que la consejera tenía problemas con su propio equipo.

Lo sucedido con las mascarillas para el profesorado fue algo tan increíble como humillante, al mandar dos unidades de tela para cada profesor. Con ese material tenían que tirar todo el primer trimestre.

Para valorar el disparate hay que pensar que al empezar el curso nadie sabía cómo sería el nivel de contagio en los centros. Más tarde se comprobó que los niños apenas transmiten el virus, pero entonces sólo había dudas y recelos que se resolvieron con compras colectivas de mascarillas FFP2 por parte de colegios e institutos. En el otoño la imagen política de Carmen Suárez estaba ya muy erosionada, lista para el relevo.

DEBERES PENDIENTES

Lydia Espina tiene ante sí una ardua tarea. Si uno mira hacia atrás comprobará que la educación en Asturias lleva una década sin ponerse al día. Ni se supo dar una respuesta adecuada al aprendizaje del inglés, ni se ha dado un salto en nuevas tecnologías (el único impulso lo dio Riopedre en 2008), ni se ha jugado a fondo la baza de la autonomía de los centros, ni hay una equidad real ya que muchos centros tienen cerradas las puertas para participar en proyectos de innovación (vía para recibir financiación). Por no hablar de la maraña burocrática que teje el Principado y sobrecarga la gestión de colegios e institutos.

La remodelación del Gobierno se convirtió en un mantra durante los últimos meses. Los partidos de la oposición se prepararon para cobrar una pieza de caza mayor y apuntaron hacia Enrique Fernández, el consejero de Industria.

Enrique Fernández se mantiene como consejero porque es una figura importante dentro del socialismo regional. Su nombre se barajó en los antiguos dibujos de la bicefalia y forma parte de la imagen coral del grupo de escogidos. Así como el socialismo andaluz quedó inmortalizado en el clan de la tortilla, el sanchismo asturiano tiene la histórica foto del “cumpleaños”.

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por JUAN NEIRA

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