José María Figaredo (Vox) es uno de los siete diputados asturianos que ocupa escaño en la Cámara Baja. En la entrevista que hoy se publica en estas páginas realiza algunas manifestaciones que merecen ser comentadas.

Vaya por delante que no entiendo cómo el Gobierno de España trata a la formación de Abascal como si fuese un apestado, mientras considera inequívocamente democráticos a la patulea de grupos independentistas con los que realiza pactos de Estado, pese a saber que su objetivo es romper la unidad de la nación y subvertir el orden democrático. Hay que estar desnortado para poner el grito en el cielo ante cualquier acuerdo del PP con Vox y negociar la reforma laboral con Bildu. Por no hablar de la operación de blanqueamiento de los cabecillas sediciosos de la revuelta catalanista contra el Estado. Como a cualquier partido parlamentario a Vox hay que juzgarlo por lo que propone y hace.

Me llama vivamente la atención que José María Figaredo diga que “la peor pandemia de Occidente es el sistema político” o que “el mayor problema de Asturias es la autonomía”. Si trata de epatar con gente ignorante y frustrada que aplaude cualquier boutade, hace bien en hablar así, pero si trata de dirigirse a un público de derechas que no se siente bien representado por el PP, comete un error de bulto. El sistema político de Occidente es la democracia. Una democracia con todas las imperfecciones que se quiera, pero en la que el voto de los españoles decide quién gobierna. No hace falta recordar cómo se organizaba la cuestión del poder cuando estaban prohibidas las urnas. El sistema autonómico se ha distorsionado, fundamentalmente por las concesiones realizadas a los nacionalistas, pero en Asturias hay problemas mucho mayores, como el declive demográfico, la falta de empleo o la crisis industrial. Si anuláramos el sistema autonómico y recuperáramos la vieja Diputación provincial, ninguno de nuestros graves problemas quedaría resuelto.

Figaredo afirma que el problema de la cooficialidad del bable es que “genera una nueva capa de voto cautivo al PSOE”. La cooficialidad no responde a una demanda real. Es un invento de la clase política y sus satélites culturales, financiados por el presupuesto del Principado. El verdadero problema es que cree división social. Si la cooficialidad dispara el voto del PSOE o de Vox importa una higa. El tercer partido español (con muchos más escaños que Unidas Podemos) debe ser muy riguroso si quiere ser una alternativa de poder.