En el homenaje a los republicanos fusilados en La Bornaína (San Martín del Rey Aurelio), en 1938, Adrián Barbón afirmó que “vivimos un ataque de revisionismo histórico al que debemos dar la batalla para frenarlo en seco”. Según el presidente del Principado “es fundamental conseguir que la democracia sea fuerte para hacer frente a los movimientos extremistas”.
Para comentar cualquier declaración es importante hacer referencia al contexto. El líder socialista evoca un fusilamiento de seis hombres y una mujer durante la guerra civil en la cuenca minera y es lógico que imprima un carácter militante y reivindicativo a su discurso. Otra cosa son las valoraciones políticas sobre cómo gestiona la democracia la memoria de la guerra civil y de la postguerra. Tiene razón Barbón cuando dice que hay una ola de revisionismo histórico. Tras constatarlo hay que preguntarse por qué están más presentes que nunca en el debate político español los trágicos sucesos de los años treinta. Cómo puede ser que hechos acaecidos hace más de ochenta años estén más presentes en la sociedad española que al iniciarse la democracia. Siempre hay que honrar a las víctimas y dar todas las facilidades para que los familiares puedan recuperar y enterrar sus restos con dignidad. El error fue afrontar esa tarea desde la división política y con un discurso maniqueo de buenos y malos. En la segunda mitad de 1936, en 1937 y 1938 hubo muchos “paseos” en Asturias, y no todos del mismo color. Los historiadores deben contar con detalles los hechos probados en sus investigaciones. A los políticos les toca otra labor: advertir a la población del peligro que corre la democracia si se deja llevar por el sectarismo y el odio de aquella etapa infausta. Si los actuales líderes políticos tienen dudas que consulten los discursos de Azaña, el político republicano más admirado, pero el menos imitado.
Santiago Carrillo, a los dieciséis años de acabar la guerra civil, levantó la bandera de la reconciliación nacional. En la transición hubo consenso sobre la necesidad de no remover viejas heridas y se aprobó la amnistía. Sólo desde la convicción del “paz, piedad, perdón” de Azaña, fue posible aprobar una Constitución en la que nos sentimos todos reflejados. En los mandatos de Zapatero quedó clausurada esa política de paz, unidad y generosidad. Vuelta a los bandos y a las trincheras. Carmen Calvo se despidió del gobierno diciendo que la exhumación de los restos del dictador justifica toda una vida política.