Los botellones adquirieron notoriedad muchos años antes de que apareciera el coronavirus en escena. Provocaban una gran preocupación por la edad de algunos de los participantes y por la forma de beber, la cogorza por atracón, con efectos deletéreos en la salud. Ahora es distinto. El botellón refuerza la pandemia, multiplica las posibilidades de interacción del virus. Es una práctica que atenta contra la sociedad.
Durante muchos meses se condenaron las concentraciones masivas, casi siempre en horario nocturno, pero no se hacía nada efectivo para acabar con ellas. Un problema que tienen las democracias europeas es la tendencia a convivir con los males sin ir decididamente a solucionarlos. En Asturias fue necesario un llamamiento dramático del presidente del Principado a la Delegación del Gobierno y a los alcaldes (únicas autoridades civiles que tienen fuerzas armadas) para que impidieran las concentraciones multitudinarias. Guardia Civil y policías locales se emplearon a fondo para reprimir tan incívico comportamiento y el resultado está en las denuncias realizadas contra personas concretas y la cantidad de botellones que se frustraron en las poblaciones costeras. Disolver actos masivos, impedir que se organicen botellones, no es sencillo cuando durante mucho tiempo se hizo la vista gorda.
Justo es decir que las actuaciones de las fuerzas de orden público tienen lugar en un momento en que el Gobierno central no habla de estos problemas, limitándose a lanzar un mensaje de gran optimismo, centrado en las tasas de vacunación. Todavía no se dieron cuenta de que una parte importante de las personas infectadas, en la actualidad, han recibido una dosis o las dos. Hablan como si dentro de uno o dos meses fuéramos a gozar de eso que se llama la inmunidad de rebaño. Resulta que China, con las medidas radicales que se tomaron, sigue con problemas de contagios, y nosotros, que aceptamos al virus como bicho de compañía, vamos a quedar blindados en poco tiempo.
El Gobierno no quiere que la realidad estropee su relato, pero basta escuchar o leer a los científicos independientes para entender que ese otoño plácido que promete Pedro Sánchez no es posible, por desgracia. La gente vacunada puede ser infectada y también puede transmitir el virus. Es mucho menos probable que le suceda que a los no vacunados, por supuesto, pero no existe blindaje.
Embellecer el presente, transmitir la idea de que bastan las vacunas, no ayuda a acabar con la práctica del botellón.