La cooficialidad del bable, como de cualquier lengua vernácula, implica la equiparación con el castellano en el territorio. En caso contrario no se podría hablar de cooficialidad. Hay cuestiones que son inherentes al nuevo estatus, como convertirse en asignatura obligatoria en el plan de estudios. Todos los alumnos tendrán que estudiar y aprender el bable en la educación Primaria, igual que hacen con el inglés. La oficialidad es algo más que una etiqueta. Sería una incoherencia poner la lengua propia en pie de igualdad con el castellano y, luego, marginarla.
Cuando el Principado anunció su intención de convertir el bable en lengua oficial se esmeró en envolver la mercancía en celofán, calificando su implantación de «amable» y «voluntaria». Una campaña de imagen, conscientes de que el anuncio resultaba controvertido. La amabilidad sirve de ansiolítico para ciudadanos preocupados, en cuanto a la voluntariedad no deja de ser una forma de vender el producto. Los primeros en responder fueron los dirigentes de Foro, que ponen como condición para hablar de la oficialidad que esta sea sin imposiciones. Es decir, no obligatoria, sino voluntaria.
El Gobierno regional hizo suyos los planteamientos de la Academia de la Llingua, al poner como ejemplo de oficialidad al modelo gallego. Otra forma de suavizar el mensaje, porque todo lo que tenga que ver con Galicia no se asimila a conflicto. Sin embargo, cualquier persona puede buscar en internet cómo es el modelo gallego y ahí encontrará que la voluntariedad brilla por su ausencia: la lengua gallega tiene la consideración de vehicular en la educación y es obligatorio conocerla para acceder en oposiciones a una plaza en la Administración pública. Si un día el bable es lengua oficial en Asturias tendrá unas características mínimas que tienen las lenguas propias en las seis comunidades autónomas (Galicia, País Vasco, Navarra, Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares) donde hay cooficialidad: se estudiará en bable una parte del currículo escolar y su conocimiento será primado, con una determinada puntuación, en las oposiciones a funcionario. A partir de ahí podrá tener unos rasgos u otros, pero no cabe descafeinar la esencia de la oficialidad. También cabría añadir que, hasta ahora, la convivencia de las dos lenguas no ha estado exenta de conflictividad, porque la política lingüística de los gobiernos no es neutral. En Asturias se podrá hacer mejor, sin duda, pero no ocultemos la esencia de la cuestión.