En el debate sobre el estado de la región, Daniel Ripa construyó el mejor discurso de su sexenio en la Cámara. Ya no tienen cabida las astracanadas ni sueña con derribar al PSOE. A las imágenes de Barbón contrapuso las suyas: pérdida de 6.000 empleos en la industria, región con mayor desigualdad social y líder en crecimiento de la pobreza. Planteó el carácter estructural de alguno de los problemas sociales, como el bajo nivel de empleo, y se atrevió a decir que los servicios sociales no son capaces de paliar las carencias. Su medicina es el gasto social. Barbón compartió sus metas, pero discrepó en el remedio por falta de recursos y voluntaria renuncia al endeudamiento. Dos discursos de izquierda, uno más ambicioso y otro más moderado, pero quizás la mayor diferencia esté en la experiencia. Ripa, tan aspaventero como siempre, se ganó el derecho a que lo tomen en serio.

Ángela Vallina (IU) interpretó el discurso del reproche. IU, tan fiel aliado del PSOE, no entiende cómo Barbón los abandonó y se fue por esos mundos de la transversalidad pactando con otros. ¿Y el secretismo de los fondos europeos? ¿Y el desprecio a la Alianza por la Industria? Maldita geometría variable que acabó con el tándem más sólido de la política asturiana: PSOE-IU. Barbón culpó a la pandemia del distanciamiento y, conmovido, aceptó las seis propuestas de Vallina para recomponer el idilio. Todo a medias, menos el reparto de votos.

El último en salir a la tribuna fue Ignacio Blanco (Vox) y con él dio un salto de escala el parlamentarismo, por la forma de improvisar (qué diferencia con los que externalizan la gestión de los discursos y se limitan a leer los encargos), por la manera de denunciar el cambalache de Pumares y Barbón, por la forma de disputar los conceptos -libertad- a la izquierda. Pese al cordón sanitario que le aísla del resto, cuando sale a hablar parece que lidera la oposición.