En los cuatro cursos de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) ya no habrá exámenes de recuperación de las asignaturas suspensas. Los suspensos dejan de constituir una referencia para alumnos, padres y profesores. Las familias ya podrán disfrutar del verano sin preocupaciones. La norma dice que el equipo docente (grupo de profesores que imparte clases en un curso) estudiará la situación global del alumno con suspensos y le dejará pasar de curso si tiene las habilidades y destrezas suficientes para recuperar las competencias que le faltaban y seguir con provecho su trayectoria académica. Si un alumno suspende todas las asignaturas no necesitará volver a estudiarlas si los profesores consideran que tiene capacidad de desenvolverse en el curso superior. La ley es taxativa en la cuestión de la promoción de curso: los suspensos no constituyen ningún baremo para juzgar a un alumno. La nueva forma de evaluación constituye un corte epistemológico en la educación, porque establece un paradigma nuevo: un alumno puede tener los conocimientos suficientes para asimilar las materias del curso superior aunque no haya aprobado los exámenes del curso inferior. Habría que preguntarse para qué sirven las notas, si no denotan ni connotan nada sobre el nivel de conocimientos de un alumno. Para que los equipos docentes sepan a qué atenerse, la ley dice explícitamente que la repetición debe ser algo ‘excepcional’. La nueva manera de evaluar se lleva hasta las últimas consecuencias: los alumnos pueden recibir el certificado de estar titulado en la ESO sin límite de suspensos. Con la ley en la mano podría un alumno ‘catear’ todas las asignaturas de la etapa escolar y matricularse en Bachillerato al año siguiente, si los profesores valoran que está maduro para avanzar.
Suprimir exámenes, dejar sin validez los suspensos, expender títulos sin aprobar las asignaturas constituyen una prueba suprema de estulticia ministerial, que tendrá unas consecuencias inmediatas. Desaparecerá, como por ensalmo, el fracaso escolar, lacra de la educación española. Nadie fracasa, todos progresan. Para que no haya diferencias, en el título de la ESO no habrá ninguna calificación (aprobado, notable, sobresaliente). Todos son iguales, angelitos de Dios. Desaparecerán los estímulos para estudiar, si al final el resultado es el mismo. Los profesores tendrán que mejorar sus habilidades en hacer la vista gorda, que eso es lo que les pide la ministra. Así se completa la farsa.