Lo que no entraba en los cálculos de nadie es que con las navidades en los escaparates, periódicos y telediarios abrieran sus informaciones con la pandemia. Vuelven los contagios, los test de antígenos, las incidencias acumuladas, los cierres anticipados del ocio, las cancelaciones de comidas de empresa, la tos premonitoria, los alumnos en cuarentena, los consejos de los consejeros de sanidad, la vacunación en forma de consigna: ‘vacunar, vacunar, vacunar’, (copia del ‘programa, programa, programa’, de Anguita), las UCIs concurridas, y lo peor de todo: los fallecimientos diarios.
No es un mal sueño, es la pura realidad. El virus siempre va por delante de los gobiernos y la sociedad. Se aprovechó durante los primeros meses de la inexistencia de las mascarillas y se vale ahora de las directrices de los gobiernos, de los niños inocentes y los adultos inconsecuentes para colocar a media España en riesgo alto, con Asturias a punto de subir al pódium.
El 8 de octubre se decretó el fin de las restricciones porque «la pandemia está acorralada». Así lo explicó Adrián Barbón. Casi un mes más tarde, la ministra, Carolina Darias, dictaminó que «el virus está acorralado». Lo de acorralar debía de figurar en el argumentario socialista, pero el caso es que a los 43 días de quedar el virus atrapado, la incidencia se había multiplicado por cinco en Asturias. Para justificar la deriva, la ministra de Sanidad presentó una teoría: con la variante delta la inmunidad de grupo se alcanza con el 90% del personal vacunado.
El Gobierno despreció la mascarilla cuando era el único salvavidas y decretó que la vacuna bastaba para acabar con el virus, para encontrarse ahora con la población masivamente vacunada y la sociedad afectada por una intensa transmisión comunitaria. Solo falta que salgan los portavoces gubernamentales a proponer que juguemos al acertijo del número de sillas que se ocuparán en la mesa de la Nochebuena. Un juego de alto riesgo que se saldó el pasado año con 25.000 muertos.
El 27 de junio de 2020, Asturias tenía una incidencia acumulada a 14 días por 100.000 habitantes de ‘cero’. Ninguna comunidad autónoma excedía de 15 casos, con la excepción de Aragón. Asturias no rebasó la incidencia de 20 hasta agosto. Esos porcentajes, propios de algunos países asiáticos, fueron alcanzados cuando todavía no se habían descubierto las vacunas.
El pasado 15 de octubre, con más del 80% de la población vacunada en España, se llegó al mínimo de incidencia que fue de 40 casos. Corolario: al comparar ambas situaciones comprobamos que el comportamiento social correcto demostró tener una eficacia enorme para evitar la transmisión del virus.
¿Era tan difícil llegar a la conclusión de que necesitábamos vacunas y prácticas sociales adecuadas? Las dos herramientas juntas. Pedro Sánchez decretó la normalidad en junio y se levantó la quinta ola. En otoño se retiraron las restricciones y sufrimos la sexta ola.
Metidos ya en harina, con el virus acechando en ascensores, cafeterías, aulas y pasillos, me llama extraordinariamente la atención que los profesores no entren entre los colectivos a los que inocular la tercera dosis. En la primavera eran prioritarias, ahora no son necesarias.
El Principado dice que los dos espacios principales de transmisión del virus son la hostelería (comidas de empresa de fin de año) y los colegios e institutos. Los niños menores de 12 años tienen una incidencia superior al 600%, pero la Consejería de Salud considera que maestros y profesores ya están defendidos.
¿Le parece bien a la consejera de Educación, Lydia Espina? No me extraña, porque hasta el otro día tenían programadas unas jornadas de Educación en el Niemeyer con cientos (¿ochocientos, verdad?) de participantes.
Ómicron ya está aquí. Se desconocen muchas cosas de esta mutación, menos la alta capacidad de transmisión. Por desgracia, quizás la particularidad de la sexta ola resida en que se inició y cogió fuerza con la variante delta y después tome el relevo ómicron. En el Reino Unido, el 75% de las personas infectadas con ómicron habían recibido las dos dosis.
En estas circunstancias lo más sensato es actuar con celeridad. Gobernar no es comentar estadísticas.
Los centros de educación, frecuentados por abuelos, padres y alumnos, pueden ser el principal foco de contagio en la sexta ola. Las consecuencias siempre se extraen después.
Voy a entrar en el terreno de la incorrección política. No sé si se habrán fijado que desde la segunda ola (en la primera no había libertad, todo el mundo estaba encerrado en casa), el País Vasco y Navarra destacan por la alta incidencia del virus. Tienen los mejores sistemas sanitarios, pero lideran los contagios. Ambas regiones gozan de la tasa más alta de universitarios así como de economías modernas, aunque la pandemia se ceba con ellos. ¿Cuál es la razón?
Para explicarlo hay que recurrir a la antropología. Son los chicarrones del norte. Los más fuertes, los más altos, los más… ¿Qué les va a hacer un insignificante virus que ronda la barra del bar? «Una de rabas, Kepa».
Miremos dentro de casa. Ola tras ola, hay unos concejos asturianos, que no son los más poblados, donde siempre predomina el virus. También allí están los más fuertes, los más recios, los que tienen superávit de testosterona.
Sé que le estoy dando una oportunidad a Irene Montero, pero, ellos, primero, se la dieron al virus.