Esta semana se han producido dos novedades en la gran cuestión de la legislatura: la imposición de un trilingüismo oficial en contra de los usos ciudadanos y de la opinión de la mitad de las fuerzas parlamentarias.
Hablo de imposición porque se niega cualquier tipo de consulta popular, cuando es un asunto de gran calado social y todos los ciudadanos tienen una opinión sobre ella. Algunos diputados quieren tener las manos libres para legislar en contra del interés de la inmensa mayoría de los asturianos.
La Real Academia Galega (RAG) consideró el momento de dar un paso al frente y solicitó la oficialidad del gallego en el occidente en pie de igualdad con el asturiano. No sé si al hablar de asturiano se refieren al bable de toda la vida o al eonaviego. En cualquier caso reivindican que el uso del gallego en las comarcas occidentales tenga rango de lengua oficial.
En una ocasión ya dijimos que el invento del eonaviego, denominación creada por la Academia de la Llingua Asturiana (ALLA) para evitar hablar de gallego, solo serviría para añadir interrogantes sobre un territorio que se despuebla.
Dicho en pocas palabras: la única frontera o límite difuso de Asturias está en el occidente. La impronta gallega, en el habla, la arquitectura, el modo de vida se extiende, por lo menos, hasta el río Navia. Esto es igual de perceptible ahora que en el franquismo. No es moda, ni es ninguna herencia de la transición. No tiene nada que ver con el desmadre autonómico.
Pues bien, llegaron estos fenómenos -los autores intelectuales del trilingüismo- y para evitar cualquier tentación ajena crean una lengua que va del Navia al Eo, dando la oportunidad a la RAG de cruzar la ría y decir que en todo ese territorio se habla gallego. Se admiten pruebas en contra.
Cualquier observador no contaminado que se pase unos días en Tapia de Casariego, Vegadeo o Castropol constatará que se habla castellano, aunque en zonas del interior se mezcla con el gallego. Por eso era mejor dejar las cosas como estaban.
Es muy sintomática la reacción del presidente de la ALLA, González Riaño, al enterarse del afán de sus homólogos gallegos: «Constituye una injerencia política inadmisible y especialmente inoportuna en este momento que se está abordando la reforma del Estatuto de Autonomía, y esto contribuye a generar unas incertidumbres desde el punto de vista social».
Lo de la «injerencia» del exterior está calcado de la reacción del Régimen a la retirada de los embajadores (año 1946). Entendería una controversia con sus colegas sobre aspectos lingüísticos, pero una reacción tan nítidamente política, tutelando la reforma del Estatuto y aquietando incertidumbres sociales, es propia de un líder político con mando en plaza.
Con razón decían desde Podemos e IU que el proceso de desarrollo de la cooficialidad debía dirigirlo la Academia de la Llingua. Ellos se limitarían a votar en la Cámara.
La mesa de negociación de la reforma estatutaria -las tres izquierdas y el diputado de Foro-, se encuentra en modo de pausa. 26 diputados están a la espera de que Adrián Pumares abrace la causa de la oficialidad del trilingüismo, tras los guiños lanzados en los meses pasados.
Ante este escenario -intervención de la Academia Galega y el paréntesis negociador- el PSOE movió pieza con el desarrollo de una ley que establecerá los términos y ámbitos de las lenguas vernáculas y «sus zonas de uso predominante». La disculpa para poner en marcha esta iniciativa es que, al parecer, surgieron dudas sobre las zonas de uso de unas u otras lenguas.
Tras la tinta de calamar, el PSOE dejó una pista que evidencia la mercancía que hay debajo del intento legislativo: la norma se debe aprobar por una mayoría de tres quintos de la Junta General del Principado. La misma mayoría que exigió Adrián Pumares para la ley que desarrollará la cooficialidad del bable y el eonaviego.
Una jugada táctica de los socialistas. Ya que está atascada la negociación sobre las rebajas fiscales entre la izquierda y Foro, diseñemos juntos cómo va a ser la oficialidad amable. Derrumbemos los prejuicios del sediciente centrismo y pintemos entre todos la utopía de un trilingüismo voluntario, sin imposiciones, sin cargas escolares, ni ventajas para los funcionarios trilingües. Una oficialidad sin divisiones sociales, producto de la gran tolerancia de los padres del nuevo Estatuto de Autonomía.
Una oficialidad tan amable que no existe en las otras seis comunidades donde está implantada. Un trinlingüismo de coros y danzas. Un modelo integrador que sólo margine al centro-derecha. En esa ley, por supuesto, se apuntalan los límites geográficos de la oficialidad de cada lengua y se vigilarán las injerencias exteriores. Todo muy liberal y globalizador.
El procedimiento dice que toca aprobar la reforma del Estatuto y, luego, desarrollar su articulado por leyes. La audacia de los socialistas invierte los términos. Primero se diseña la ley y una vez avistada la tierra prometida -ese espacio de convivencia lingüística armonioso-, se vota la reforma estatutaria del trilingüismo, sin pedir nada a cambio.
La de juegos de manos que hay que hacer para que funcione eso que Trotski llamó «compañero de viaje» y la historia rebajó a «tonto útil».