Tensa espera para cerrar el capítulo de la reforma del Estatuto de Autonomía, una formalidad exigida por la ley para poder implantar el régimen trilingüe en la región, que es lo que buscan los grupos de la izquierda (PSOE, Podemos, IU) con la reforma. Tras la tanda de reuniones con Foro no se han movido de la postura inicial de no hacer concesión alguna al partido de Carmen Moriyón. Uno de los supuestos negociadores de la izquierda dijo que «si Adrián Pumares cambia de idea tendremos encendido el teléfono». Como el portavoz forista es un bablista convencido, consideran que su voto tiene que caer como fruta madura. Es una curiosa forma de negociar: yo escribo el articulado de la reforma del Estatuto y a ti te toca firmar debajo. Hemos pasado del consenso tejido entre todas las fuerzas políticas, hace cuarenta años, sobre la norma fundacional de la comunidad autónoma, al trágala de la izquierda sin negociar con nadie.
Todavía puede pasar cualquier cosa, porque en esta región ya hemos visto de todo y lo único que falta para la felicidad de la izquierda es un voto. Foro no es una formación política homogénea. El prestigio que tenía Cascos en el año 2011 hizo que se afiliaran gentes de las más variadas procedencias, aunque la corriente principal estaba formada por exmiembros del PP. En ese conglomerado variopinto no podían faltar los oportunistas de variadas militancias que acudieron al olor de una fuerza ganadora para medrar y, luego, utilizarla en el Parlamento como caballo de Troya para sus objetivos. Mientras Cascos fue el absoluto mandamás del partido que había fundado, los oportunistas no progresaron porque el hiperlíder era de la vieja escuela. Exigía total fidelidad, lo que significa un largo periodo a prueba sin canonjías. Alguno cometió el error de postularse para altas responsabilidades institucionales, pero el máximo jefe no lo tuvo en cuenta.
Tras la crisis interna, surgió una ocasión para los oportunistas y hubo quien trepó en la organización con el modelo trilingüe por bandera. Después de estar más de treinta años tratando de imponer su dieta lingüística, ahora que rozaba el objetivo, parece que se esfuma.
La batalla no terminó. De la frustración surgen estrategias alocadas. Si todo esto queda definitivamente atrás habrá que recapacitar sobre el descabellado intento de una clase política que quiso cambiar las normas básicas, de espaldas a la sociedad, para seguir una senda que ha hecho mucho daño en España: la lengua como baza política.