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Juan Neira

LARGO DE CAFE

CHABOLAS EN EL SIGLO XXI

Hablar de chabolismo significa activar la memoria. Fue un fenómeno producto del crecimiento de las ciudades. La gente acudía a los centros urbanos para trabajar y ante la falta de viviendas fabricaban con tablas, clavos y uralita construcciones donde guarecerse. En los años sesenta del siglo pasado la gente migraba del campo a la ciudad, de unas provincias a otras. Asturias, con sus flamantes industrias, era tierra de promisión. Una chabola llama a otra y esta a una tercera y así hasta formar un poblado. El modelo dual, de casas de hormigón armado y construcciones de desechos, era demasiado lacerante para mantenerse en el tiempo. Nunca hubo peligro de convertir a Asturias en tierra de favelas.

Iniciada la década de los setenta se constituyó la asociación ‘Gijón ciudad para todos’, que pretendía dar respuesta al problema. Había cerca de 3.000 personas durmiendo en chabolas en la ciudad. Para entender la dificultad de dar vivienda a todos pensemos que entre 1960 y 1980 Gijón duplica de largo su población. En las primeras elecciones municipales (abril 1979) los partidos llevaban en los programas electorales de las grandes ciudades acabar con el chabolismo. El catedrático de Economía, Ramón Tamames, candidato del PCE en Madrid, aseguraba que cumpliría el objetivo en seis meses.

El Principado dice que en el presente, año 2022, solo quedan 61 familias viviendo en chabolas y en infraviviendas. Todo el mundo sabe lo que es una chabola, pero la infravivienda tiene unos perfiles más difusos. Lo primero que hay que preguntarse es cómo es posible que medio siglo después haya personas alojadas en sucedáneos de vivienda. Con la renta per cápita multiplicada por cinco y una población en fuerte declive resulta que no es posible ofrecer alojamiento a todos. Es una obligación moral recibir a la gente que huye de la guerra de Ucrania, pero también hay deuda moral con los que viven la paz en Asturias. ¿Hay escasez de viviendas sociales? El Principado presume de tener un parque de viviendas de los más potentes del pelotón autonómico. Puede que sea una reflexión muy subjetiva, pero resulta irritante pagar muchos miles de euros en impuestos todos los años y ver a gente durmiendo en portales, en cajeros, apoyados en cuclillas en cualquier esquina. ¿Es admisible convivir con la realidad de la marginación, mientras los servicios sociales constituyen el cuarto capítulo de los presupuestos del Principado por detrás de la sanidad, la educación y la deuda? ¿Se puede hacer mejor?

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por JUAN NEIRA

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