El anteproyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) es una mala noticia. Una más de las muchas que hemos conocido relativas a la Educación en esta legislatura. El ministro Joan Subirats es un connotado ‘podemita’ (número dos en la candidatura de Ada Colau en las últimas elecciones municipales de Barcelona) que deja su huella ideológica en la norma que pretende regular la vida universitaria. Si el Congreso no lo remedia, con la LOSU empieza la operación de derribo de los principios y códigos que definen el alma mater.
De entrada dos golpes para poner la institución patas arriba: cualquier docente sin ninguna cualificación especial puede ser rector. No hace falta ser catedrático y tener una experiencia como investigador o docente. Basta ser un profesor. Cualquiera vale. No existe ninguna institución o empresa importante donde para estar en la cúspide sea suficiente con estar en nómina. Es una renuncia clara a la excelencia universitaria al facilitar el acceso al principal puesto de gestión a gente sin experiencia ni cualificación. En segundo lugar, la nueva ley quita a la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad (ANECA) la capacidad de juzgar los méritos que deben reunir los aspirantes para ser profesores o catedráticos. En vez de ser el Estado quién evalúa, se les pasa la competencia a las comunidades. Barra libre. Ya se puede uno imaginar qué méritos deben acreditar los aspirantes a catedráticos en las universidades catalanas o vascas. Se rompe la unidad y se crean modelos distintos de profesorado según el territorio. Es lógico que un colaborador estrecho de Colau socave la ANECA en beneficio de los nuevos poderes independentistas o autonomistas.
Para evitar corsés, habrá una ‘vía b’ para ser profesor que no requerirá de los requisitos exigidos a los funcionarios. Aunque sean contextos e instituciones distintas, la ‘vía b’ me recuerda el método que siguieron los ayuntamientos nacionalistas para neutralizar a los funcionarios de los cuerpos nacionales (secretarios, interventores, depositarios), nombrando asesores a dedo con rango de directores generales para validar todas sus tropelías. Por último, hay que reseñar la clásica crema populista: Subirats concede a los estudiantes la potestad de participar en la elaboración de planes de estudio. Cómo se puede ser tan demagogo. Qué racha llevamos.