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Juan Neira

LARGO DE CAFE

NUESTRO TARRADELLAS

Al cumplirse los cuarenta años de la formación del primer Gobierno de nuestra comunidad autónoma, Adrián Barbón realizó una declaración institucional, dando relieve a la fecha. Al estar aquel presidido por Rafael Fernández, Barbón destacó sus cualidades: símbolo de reconciliación. Luego hizo un breve balance de la etapa autonómica. Una declaración positiva, ponderada.

Soy un firme defensor del institucionalismo. Los principios y valores de la democracia cristalizan en las instituciones. Me parece bien este tipo de iniciativas, que no han sido frecuentes en las cuatro décadas de gestión autonómica.

No obstante, siento una cierta reserva ante los relatos armónicos, donde nada chirría. Tratemos de recuperar al personaje y su entorno. Puñaladas incluidas.

Rafael Fernández no guarda puntos de contacto con los presidentes del Principado que le sucedieron. Es distinto a todos. Por diferencia de edad y, sobre todo, por tener marcadas a fuego vivencias trágicas.

Tragedia

Cuando regresa de Méjico a Asturias (su primer viaje fue en 1974) Rafael Fernández tiene presentes las cicatrices de juventud. Toda su actuación política giró en torno a una obsesión: evitar los errores del pasado. Solo le importaba alejar el fantasma de la guerra civil.

En una larga entrevista que le hicimos en 1996 nos contó fragmentos del espanto. «El primer bombazo de la revolución cayó en la galería primera, donde estábamos los presos políticos. Nos cortaron el agua y cuando dejó de llegar la comida de casa nos quedamos sin alimento. Bebíamos de un abrevadero donde los gitanos trabajaban el mimbre; era agua putrefacta. Llevábamos una vida animal, empleando todas las energías en sobrevivir».

En la guerra civil: «Se nos murió un hijo de hambre. Tenía veintisiete días. Pura no tenía leche por falta de alimentos».

Otra característica que lo singularizaba era la de hacer de puente entre la legalidad republicana y la Constitución de 1978. Formó parte del Consejo Soberano de Asturias y León en 1937, como consejero de Hacienda, y fue el primer presidente autonómico en 1982.

Ese nexo entre dos legalidades, en la España autonómica, solo lo personificó Tarradellas. Hubo más coincidencias entre ambos personajes: libertad de criterio, espíritu de reconciliación y el rechazo que generaron entre los líderes emergentes, José Ángel Fernández Villa y Jordi Pujol.

Rafael Fernández, al igual que Tarradellas, no discutía sobre estrategias del partido ni sabía de tendencias. Lideró el socialismo sin guardia pretoriana a su alrededor. Tenía una misión histórica que cumplir. Los dos querían hablar y pactar con los que históricamente habían sido sus adversarios. Rafael Fernández practicaba el diálogo con Gabino Díaz Merchán y José Aparicio (gobernador civil). Tarradellas fue de la mano con Suárez desde el día de su regreso. Rafael Fernández es, sin duda, el Tarradellas asturiano.

Regreso

Hay un aspecto llamativo en el periplo del primer presidente regional. Llegó solo a Asturias, un año antes de morir Franco. Se instaló en Gijón, porque Oviedo le traía malos recuerdos: nunca volvió al Fontán, le costó mucho visitar la Universidad. Cenó con gente de izquierdas -Antonio Masip, Cheni Uría- para conocer el ambiente.

Volvió a finales de 1975 con la familia. No tenía seguidores ni adeptos. Carecía de proyección pública. Sin embargo, en 1977 era ya secretario general de la FSA. No hacía ni dos años que habían elegido a Suso Sanjurjo para el puesto.

El paso de ser un exiliado que vuelve a su patria a convertirse en líder del socialismo asturiano es difícil de explicar desde las coordenadas del presente. Máxime, cuando no era un hombre popular, extravertido ni frecuentaba cenáculos. En el PSOE renovado de Felipe González, Rafael Fernández y Pura Tomás eran historia viva del socialismo asturiano. Esa era la razón de su liderazgo.

Pronto cayó en desgracia al ser una víctima política más de José Ángel Fernández Villa. El líder minero, en un breve lapso de tiempo, destronó a tres secretarios generales del SOMA (Avelino Pérez, Faustino Antuña, Sergio Rebollo) hasta dejar el sillón limpio para ocuparlo.

Una vez ascendido en el partido, maniobró para desplazar a Rafael Fernández. Este fue el precursor de un enfoque que luego seguirían los ministros Solchaga y Aranzadi: el futuro de Asturias no pasaba por la minería. Villa lideraba la oposición a Rafael Fernández en la Ejecutiva de la FSA. A favor de la tesis de Fernández solo votó Pura Tomás, su mujer.

Marginado

El año que presidió el primer Gobierno asturiano, Rafael Fernández estaba marginado en el partido. Hay una foto que lo dice todo. En la campaña de las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, que precedieron al gran triunfo de Felipe González (202 escaños), en el mitin de Gijón Felipe está sentado entre Pedro de Silva y Villa. Hay tres sillas por el medio entre el máximo líder y el presidente del Gobierno de Asturias.

Villa había presionado para sustituir a Luis Gómez Llorente (cabeza de lista en las generales de 1977 y 1979) por Pedro de Silva. Llorente acabó renunciando y abandonó la política para siempre. Ocho meses más tarde, De Silva dejaría el Congreso de los Diputados para encabezar la lista del PSOE en las primeras elecciones autonómicas.

Rafael Fernández fue senador hasta el año 2000. Nunca volvió a referirse a las interioridades de la política asturiana. Ni una palabra. Las historias en Asturias son una mezcla de grises. Como nuestro cielo.

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por JUAN NEIRA

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