La mejor demostración de que en las elecciones del domingo lo que se dilucidaba no era la gobernabilidad de Andalucía sino la de España, es que desde el día siguiente se habla de esta y no de aquella. Dicen que el domingo empezó un nuevo ciclo político pensando en lo que ocurrirá en las elecciones generales de 2023. Pues bien, puestos en clave española, le toca mover pieza al Gobierno. El PP, partido ganador, ya sabe lo que tiene que hacer, mantener el discurso de la moderación y esperar que la inflación socave la mermada credibilidad del Ejecutivo de coalición. El resto de fuerzas dependen de lo que hagan PP y PSOE, ya que sus estrategias son más reactivas que propositivas.

El PSOE se ha quedado sin discurso. En 2019 ganó las elecciones generales con el mantra del miedo a la extrema derecha, utilizando como prueba testifical la foto de la Plaza de Colón. La apelación al espanto colectivo ha quedado gastada de tanto usar. Hay que inventar un argumento distinto y no se alcanza a ver por dónde podrá retomar la iniciativa política tras el vapuleo recibido en cinco de las seis elecciones autonómicas celebradas en los dos últimos años. El fracaso electoral repetido lleva aparejada la pérdida de credibilidad.

El domingo se verificó por primera vez desde el fin del bipartidismo que hay transferencia de votos de un bloque ideológico a otro. De izquierda a derecha. En concreto: del PSOE al PP. Cuando tus electores votan al partido rival hay que aplicar el protocolo de las emergencias. No sé qué hay que hacer, pero el PSOE y el Gobierno tienen que hacer algo. El socio minoritario, Unidas Podemos, ha tenido un resultado penoso, que conmovería a la piedad si ese sentimiento no fuera enteramente para Ciudadanos. La coalición de Yolanda Díaz, Belarra y compañía sirve para cosas diversas, menos para sumar. Otro problema para el Gobierno. Ingente tarea para Sánchez y no tiene a Iván.