La pretensión del Gobierno de Pedro Sánchez de moldear la realidad a su antojo trae consecuencias funestas. Tras haber realizado algunos anuncios, a modo de globo sonda, a finales de marzo decidió relegar la pandemia a la letra pequeña de la actualidad. Para ello aprobó una nueva estrategia de vigilancia y control del coronavirus que tenía dos puntos fundamentales: realizar solo los test de detección del virus a las personas mayores de sesenta años, mujeres embarazadas e inmunodeprimidos, y eximir a los enfermos leves y asintomáticos del aislamiento, así como retirar las cuarentenas para los contactos estrechos de los contagiados. De esta forma se deja de llevar control de la pandemia, ya que la mayoría de los infectados desaparen de las estadísticas, y, lo que es más grave, se minimiza la importancia de la enfermedad al permitir a los asintomáticos y leves hacer vida normal, como si su capacidad de transmitir el virus no fuera un hecho importante a evitar. Unas semanas más tarde, el propio Pedro Sánchez comunicó que las mascarillas dejaban de ser obligatorias en los espacios cerrados, con lo cual la posibilidad de acelerar la incidencia del virus estaba servida.
Estas medidas, que desarman a la población y al sistema sanitario ante la pandemia, se instrumentaron con la finalidad de decretar la vuelta a la normalidad en la vida social. Se dejó de hablar del coronavirus, acabaron las informaciones diarias sobre contagios, ocupación de hospitales y fallecidos, y la incidencia fue aumentando hasta formarse la séptima ola, de la que tenemos constancia por la cantidad de conocidos, amigos y familiares que la padecen. En la actualidad hay 10.000 enfermos hospitalizados por covid en España. Pese al afán del Gobierno por minimizar el impacto del virus, en la pasada semana en Asturias murieron dieciséis personas.
La atención sanitaria se va a complicar las próximas semanas al juntarse las vacaciones del personal sanitario, el plan estival de reducción de cierre de camas (380 en Asturias) y el incremento de las hospitalizaciones. Se valora que al máximo de la curva de contagios se llegará dentro de tres o cuatro semanas. Esta difícil situación se pudo prever, ya que la inmunidad de las personas vacunadas desciende al pasar seis meses de la última dosis, pero, sobre todo, la transmisión del virus se multiplica al no aislar los casos positivos y permitir la estancia en locales cerrados sin mascarilla. Ahora, Carolina Darias recomienda su uso. Un poco tarde.