El informe del Consejo Social de la Universidad de Oviedo, publicado en estas páginas el pasado domingo, donde se criticaba el nivel con el que llegan los bachilleres a cursar las carreras, origina distintas reflexiones entre los partidos políticos. De entrada, se nota que la educación es una cuestión anecdótica para la mayoría. Durante años, cuando en el debate sobre el estado de la región salía a relucir la educación, la controversia se centraba en la asignatura de Religión. En el presente, el conocimiento sobre la materia sigue siendo epidérmico. La clase política asturiana está mucho más ducha en discutir, por ejemplo, sobre pactar los presupuestos entre los partidos de izquierda o buscar un consenso amplio. Esos son los debates que le ponen.
En la educación hay un despiste generalizado. Dan por buenas las afirmaciones que realiza el Consejo Social en el informe y se limitan a ratificarlas. Que si los alumnos no están bien orientados, que el primer curso de algunos grados tiene bajo rendimiento, que había que apostar por la educación pública, etcétera. Por no hablar de algún portavoz imbuido de entusiasmo: «Docentes y estudiantes están cumpliendo con creces los criterios de evaluación fijados». Apañados estamos.
Desde la perspectiva de los diputados, la cuestión candente no debería estar en si la EBAU tiene que ser la misma en toda la nación (cosa lógica) o en dictar una moratoria para la aplicación de la LOMLOE, ni mucho menos perderse en los meandros del discurso políticamente correcto, aceptando mansamente los argumentos que emanan de los informes universitarios o de lo que dicen los mandarines de la educación no universitaria.
Aquí y ahora se está degradando la transmisión de conocimiento, primer fin de la educación en todas sus etapas. Sucede en el resto de España y en otros países europeos (no en todos), pero debería preocupar a los diputados lo que ocurre en Asturias, porque está en sus manos enderezarlo. Programas y sistemas de evaluación se han modificado para crear la ficción de que solo un porcentaje mínimo de los alumnos no merece el aprobado. La EBAU la supera casi el 97% de los alumnos presentados y las asignaturas universitarias las aprueban, de media, el 90% de los estudiantes. Ante este panorama, solo Ignacio Blanco se atreve a decir lo más elemental: «Estamos en la fase de regalar títulos». El Consejo Social ha logrado que en seis años se haya pasado de 153 asignaturas con más de un 60% de suspensos a 36. Nos acercamos a la meta.