Si Pedro Sánchez accedió a celebrar el debate sobre el estado de la nación, tras siete años en blanco, es porque tenía fundadas esperanzas de recuperar la iniciativa política tras meses de reveses culminados con el batacazo electoral en Andalucía. En las últimas semanas ya había dejado pistas de por dónde iba a ir su renovado discurso, al hablar de oscuros poderes políticos, económicos y mediáticos que pretendían quebrar al Gobierno de la unidad de la izquierda. En el debate, esa descripción descarnada de las intenciones de los poderosos dio paso a una penalización con dos impuestos extraordinarios sobre las empresas energéticas y las entidades bancarias. En los dos próximos años espera sacar 7.000 millones de euros por esa vía. Lo acompañó con una argumentación propia de Nicolás Maduro: «este Gobierno no va a tolerar que haya empresas o individuos que se aprovechen de la crisis para amasar mayor riqueza». A los pocos minutos, los dos sectores afectados se dejaban 6.000 millones de euros en la Bolsa.
En las elecciones generales de 2019 Pedro Sánchez jugó a fondo la carta del miedo a la extrema derecha. Para los comicios de 2023 la carga emocional estará vinculada al odio a los ricos. Si tenemos en cuenta que toda la argumentación presidencial estaba orientada a luchar contra la inflación, no se entiende qué papel van a tener dos impuestos extraordinarios que son redundantes, porque el Impuesto sobre Sociedades versa sobre los beneficios de las empresas. Mejor reformar el Impuesto de Sociedades que sacar una norma «ad hoc» para perjudicar a dos sectores concretos. La única posible explicación estriba en tratar de llevar el debate político al antagonismo entre poderosos y desheredados. Como en los países del tercer mundo.
Cuca Gamarra (PP) cumplió con su papel al hacer un repaso crítico de la actualidad, desde el terrorismo y la Memoria Democrática de Bildu, hasta la inflación, los excesos del «macrogobierno», los fondos europeos sin ejecutar, la caída del gas de Argelia, etc. Evitó posicionarse ante los impuestos a la banca y la energía, por no conocer los detalles. No fue una gran intervención, pero en la comparación con Sánchez salió airosa. En su última réplica, Sánchez sacó relucir el historial del PP: Aznar hablando de ETA como Movimiento de Liberación Nacional Vasco, Rubalcaba zahiriendo a Rajoy en 2005, para cerrar con las becas de Ayuso a los ricos. Así argumenta el presidente de Gobierno. Fuera del PSOE y el PP, el resto fue mero acompañamiento.